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Ago 23, 2015 fenomenosocial Directores de FS, Opinión 0
Según cuentan y se recogen en las grandes leyendas medievales occidentales, en plena edad media, “el súcubo era considerado como un demonio que tomaba la forma de una mujer atractiva para seducir a los varones”, sobre todo a los adolescentes y a los monjes (consideradas como almas puras, indefensas y cándidas) introduciéndose en sus sueños y fantasías para manipularlos en cualquier ámbito de su vida ; en el terreno de las emociones, en la sensualidad, para seducirlos con el fácil y sin esfuerzo beneficio de rentas, y para exaltar el hedonismo o el placer con maneras y formas extremas. En dicha mitología, en general, el súcubo era considerado como un demonio con doble cara (con rostro amable, bello, cariñoso, seductor, astuto…) con la que conseguía engañar a sus víctimas.
En el siglo XXI, con la ciencias de la salud, las ciencias sociales y humanas en continua expansión en investigación y desarrollo, más allá de negar los relatos mitológicos y religiosos como los del “Súcubo” -entre otras muchísimas más alegorías y simbolismos comportamentales-, acoge dicho concepto simbólico y representativo “del mal”, y le presta mayor atención para la investigación en el hecho social, el hecho psicológico y el hecho biológico para dichas pautas comportamentales, sobre todo, para desmitificar, des-etiquetar y eliminar prejuicios y estereotipos, para así avanzar en el conocimiento y la compresión de las conductas humanas.
Hoy sabemos que los súcubos contemporáneos, si quisiéramos seguir llamándolos así, no tienen una relación dependiente con el sexo, el género, la clase social, ni tienen nación o cultura determinada alguna. Ni mucho menos son demonios, evidentemente. Pero sí que existen personas con estos rasgos, actitudes y conductas. Hoy la ciencia explicaría que “el súcubo” mostraría un comportamiento derivado de un trastorno antisocial de la personalidad (muy relacionado con la inmadurez y con la egolatría), para luego, con este cuadro clínico, denominarlos como meros psicópatas, evidenciando las semejantes relaciones comportamentales con el súcubo mitológico o de los relatos religiosos.
Atención sobre el video: Este video no trata la religión per se, sino de una emoción en particular que no es sentida por Dexter Morgan: empatía, ética y moral.
Atención sobre el video: Este video no trata la religión per se, sino de una emoción en particular que no es sentida por Dexter Morgan: empatía, ética y moral.
Poseen una inteligencia (de manera general) bastante normal precipitándose a la baja, aunque el propio desparpajo, su desobediencia a las normas (aunque con un claro interés personal y no colectivo) o su desinhibición, pueda llevar a engaños a quién suele tratarlos, ya que la genialidad también suele compartir el rasgo de la desobediencia, aunque el psicópata desobedece por su propio e inmediato interés y placer, no por cuestiones complejas, intelectuales, ideológicas, morales, éticas o lo que considera justo o no para el colectivo o el bien común a largo plazo, como si ocurre con la genialidad.
Aquí el ejemplo del psicópata, con discursos simples y populistas.
El psicópata, al igual que el súcubo mitológico, busca establecer relaciones sociales con personas que, de un modo u otro, se sabe que están pasando un momento en sus vidas con ciertas inseguridades, con falta de certezas y motivaciones, con una evidente indefensión aprendida, con complejos de inferioridad en muchos términos, y con claros desordenes en el orden intelectual, económico, social y familiar. El psicópata, al igual que el súcubo, muestra su cara más amable para establecer un vínculo con estas personas o con un colectivo en general, y lo hacen con grandes discursos grandilocuentes (pareciendo inteligentes para la audiencia) y con una gran carga emocional y afectiva (son conocedores de las emociones), además, suelen hacer regalos para allanar el terreno de la relación.
Evidentemente, esta opinión quiere ir más allá del mero hecho de analizar y relacionar un trastorno específico de la personalidad (psicópata) con un concepto mitológico y religioso (súcubo). Esta opinión quiere volver a recuperar el debate de nunca jamás. Éste es, ¿la maldad nace o se hace?.
Los “malos” no nacen, los malos se hacen. El ambiente parece ser el verdadero catalizador que engendra las semillas de la psicopatía, la doble cara de los súcubos mitológicos, de la violencia y todo el repertorio de creencias, prejuicios y estereotipos que van a legitimar y a servir de instrumentos para solucionar la disonancia cognitiva que se produce entre lo que sentimos y en lo que terminamos adaptándonos. La familia, luego el entorno más cercano (la escuela) y la sociedad en general, son parte fundamental para la construcción y la socialización de la conciencia básica de todo ser humano (en la niñez) que vive en sociedad. Si hay ciertos desajustes –en el cariño, en la compresión, en los valores que se le transmiten, pero también en la crítica y, sobre todo, en el fomento de la autocrítica y la autonomía- en cualquiera de dichos agentes socializadores, tendremos psicópatas deambulando en nuestra familia, en nuestro entorno y en la sociedad en la que habitamos cuando lleguen a la edad adulta.
Efectivamente, en una sociedad donde se promueve el individualismo, el interés particular muy por encima del interés común, donde la ética del bajo compromiso se ha convertido en moda, la vida cotidiana en un “salvase quién pueda”, donde la imagen anodina está muy por encima de la reflexión y el pensamiento crítico, donde hay una “democratización del empoderamiento” sin contenido, donde se fomenta la jibarización de toda la compresión humana, sus emociones y su memoria colectiva en un simple “selfie”, en un “tuit” o un “me gusta”, evidentemente, no ayuda a construir un espacio dado a cultivar una conciencia dispuesta al entendimiento, a la comprensión y a desarrollar la empatía y el altruismo potencial y natural del ser humano. En una sociedad donde se suele ridiculizar la verdad, la libertad, la cultura y la inteligencia mientras se exalta la majadería, el libertinaje, la corrupción, la simpleza, el engaño y el conflicto constate como orden natural de todas las cosas, en donde se glorifica la competencia muy por encima de la cooperación y la colaboración, en donde se enaltecen y se premian a los antihéroes neuróticos y se expulsan del sistema a los héroes equilibrados, justos y empáticos, en donde todo vale para crecer hasta el infinito y en donde se cree que el fin justifica los medios, evidentemente, será una sociedad dada al conflicto infinito y constante… Este tipo de sociedad en la que hoy cohabitamos, con todas estas características que se describen aquí de manera muy resumida, está dada para la regresión o la destrucción del sistema de valores (siempre mejorables) que nos permitieron llegar hasta el presente y que hoy vivimos.
Y es que, quizás, se nos esté olvidando algo… El único instinto animal que permanece en el ser humano es el de la superviviencia, y la adaptación equilibrada sólo puede existir cuando coexiste con la expectativa y la posibilidad de encontrar los recursos mínimos de subsistencia (también los relacionados con las expectativas y atribuciones fomentadas y difundidas con total normalidad en una sociedad dada). Quién no tiene ni posee los recursos cualesquiera para competir en el neurótico o esquizofrénico juego globalizado que hemos inventado y que estamos aceptando para el mundo en el que vivimos, competirá y guerreará tenga o no tenga los recursos cualesquiera que si han sido cedidos a otros individuos de alguna u otra forma.
Resumiendo, dejarse morir sigue estando mal visto, haya o no haya religiones u otros subterfugios -funcionando como efectos placebos- que prometen otra vida mejor si la terrenal ha sido sufrida, y sufrida con todos sus relativismos, expectativas y atribuciones legítimas correspondientes al mundo supuestamente desarrollado y humano en el que dicen que hoy cohabitamos globalmente.
Entonces, ¿nos vamos a querer, o nos vamos a ignorar? Organicémonos, porque así no se puede.
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