FECHA septiembre 16th, 2018 1:49 PM
May 01, 2018 fenomenosocial Conductas, Filosofía, Psicología, Sociología 0
Como adelantábamos en la introducción, para entender cómo una corriente social de pensamiento puede hacer que aceptemos a nuestro secuestrador y empaticemos con él, debemos entender en qué momento nos hayamos, cómo hemos llegado a esta modernidad líquida donde cohabitamos. Cómo es posible que la tendencia que es legítimamente aceptable, sea sonreír al que nos lapida, simbólicamente hablando.
Quizás, el concepto de “posverdad”, nos ayude a entender por qué las creencias, la mentira y el autoengaño tienen aún más fortaleza hoy que antaño. De esta manera podremos deducir por qué toda una sociedad o una comunidad se “rinde” tan fácilmente a los fenómenos sociales que les vienen impuestos. Tal vez sea el papel que juega nuestra primera motivación innata, la mera supervivencia individual y la adaptación al ambiente. Pero también, nuestra necesidad de afiliación, como motivación secundaria, sea la que juegue un argumento fundamental en los siguientes párrafos que girarán sobre la posverdad.
En primer lugar,
El concepto “la posverdad” contiene un simbolismo conceptual y analítico muy descriptivo y cercano a los hechos tanto filosóficos, sociológicos (desde la sociología del conocimiento y de la ciencia) y sicológicos, que bien pudieran incluirse dentro de esa “modernidad líquida” en la que vivimos, esa sociedad que analizaba el sociólogo Zygmut Bauman, uno de los intelectuales más influyentes de este siglo (hablaremos sobre ella).
Dicho concepto, “la posverdad”, ya ha sido incluso incluido en el diccionario de Oxford (post-truth), y reza así; “se resume en que la apariencia de los hechos es más relevante que los hechos en sí, aunque este tipo de creencias nos lleve a una falsedad. Un eufemismo moderno de la mentira de siempre”.
Aunque la mentira siempre ha existido, existe y existirá, lo novedoso de esta posverdad, más allá de ser un mero eufemismo a la mentira de siempre, la de nuestra época, al contrario de las exposiciones discursivas falsas o engañosas en la historia o en el pasado más reciente -con su sujeción a la mera creencia y a la Fe en un intento de explicar la realidad-, es que, a día de hoy, existen y se difunde y se publican conocimientos o información cientítica en cantidades ingentes gracias a la difusión digital de información y conocimiento. También, cómo no, gracias a la educación gratuita y universal, que intentan desmentir rápidamente dichas falacias, engaños, mentiras y creencias. Eso sí, las instituciones, entre ellas las encargadas de disponer la educación tanto la más básica como la superior, los propios medios tradiciones, etc., sufren, igualmente, de un descrédito total por parte de la sociedad.
Entonces, considerar la «posverdad» como un «nuevo» fenómeno social para nuestra época, no es debido a la propia difusión de la mentira, de las creencias, etc., en sí mismo, sino que ante la muestra del «hecho» o la «prueba» en contra de la mentira o la creencia, seguimos prefiriendo la mentira, además, con mayor consenso social.
Sin adentrarnos mucho en cómo se difunde el conocimiento y la ciencia, y qué tipo de lenguaje utiliza (luego lo haremos), podríamos concluir que existe más posibilidad de adquirir conocimientos e información más fácilmente que hace cincuenta o treinta años. Hoy, quizás, siendo un poco-demasiado atrevidos, cualquier persona con cierta curiosidad en las ciencias, en la literatura y en las artes, podría convertirse en el próximo premio Nobel sin haber pasado jamás por una universidad, justamente por la casi infinita amplitud de conocimientos que se “ofertan” vía internet. Eso sí, nuestro supuesto, aventurero y ficticio premio Nobel, debió tener unos principios básicos conceptuales y de conocimientos generales básicos para poner en marcha su creatividad, su genialidad. Lo más probable que la educadora, pedagoga, científica, médica, psiquiatra, filósofa, antropóloga, bióloga, psicóloga, feminista y humanista italiana, Maria Montessori, fuera una adelantada a su época, la primera intelectual que diera con la fórmula pedagógica idónea de cómo desarrollar nuestro potencial intelectual y creativo, asociando conocimientos básicos, el juego y la creatividad individual.
Sin embargo, la genialidad, a pesar de internet, sucede menos de lo esperado. Lo cierto es que no nos encontramos con cientos de genios por la calle, a pesar que todos ya vamos absortos mirando pegados las pantallas de nuestros móviles con acceso a internet, la mayor biblioteca conocida por la humanidad. Quizás, porque tanto en la educación primaria como secundaria, no sólo nos han intentado «incrustar» conocimientos mediante un embudo enclaustrado y adherido al esófago, conocimientos que nos tendríamos que tragar y memorizar porque sí -aún valorando la importancia de memorizar-, sino que eran conocimientos sin vida, sin juego y sin emociones conocidas. De hecho, sigue siendo más probable que una persona que haya pasado por la universidad en cualquier especialidad científica, se rinda ante el caos y las creencias a la carta que brinda las propias pseudociencias, especialmente vía internet, junto con esos medios digitales que simplemente tratan de captar la atención de los consumidores de información con titulares sensacionalistas e información falsa, o falsa ciencia.
Si a esto le sumamos el caos, la anarquía informativa que se comparte en las redes sociales, donde la reflexión, la atención plena, el pensamiento crítico y pausado, se rinde ante lo inmediato, la información jibarizada en un simple titular sensacionalista y actual, más nuestra necesidad innata de aceptar cualquier tipo de información que reafirme nuestras creencias e ideologías, aumenta aún más el problema.
En esta modernidad líquida, con cierta percepción de que nos falta tiempo para hacer y conocer tantas cosas (cuestión de expectativas, con atribuciones sociales estrechamente vinculadas al éxito puramente económico para su inversión social), preferimos invertir el tiempo para “estar en todo pero sin estar en nada”, o creer que lo “conocemos todo sin conocer nada”. Quizás, dichas expectativas, puedan estar asociadas a la conquista de esa sociedad del éxito, vinculada muy estrechamente a la sociedad de la competencia hasta la neurosis (con altísimos casos de estrés y ansiedad).
Mientras, en lo popular, en la conciencia colectiva y en las discusiones para las relaciones diarias de la vida cotidiana, dichas falacias, mentiras y engaños, etc., se mantienen, se protegen, además, se reproducen de manera exponencial, mientras que las verdades parciales o las grandes verdades van perdiendo fuerza a costa de éstas.
Es por esto que el concepto de posverdad contiene tanta fortaleza descriptiva, porque, teniendo la verdad al alcance de todos, o alguna verdad parcial, quizás muy contextual y con cierto dinamismo y con una duda continuada, aún seguimos prefiriendo “las creencias a la carta” que nos permita, quizás, simplemente sobrevivir.
– El hecho es que la creencia contiene más fortaleza que el hecho en sí.
La creencia, a pesar de poder estar fundamentada sobre infinidad de falacias, nos es tremendamente funcional desde el punto de vista tanto psicológico como socialmente. Es decir, no es muchísimo más práctica psicológica, moral, ética, económica, cultural y socialmente -con cierta posibilidad de elección-, que esa verdad que nos viene impuesta, por muy “justa” que sea.
Lo cierto es que “la verdad” se nos presenta dictatorial, poca empática y tremendamente crítica con nuestras conductas, biografía, ideología y nuestro propio contexto socio-histórico en que nos pudiéramos hallar. A nuestra historia, o la historia de nuestros más allegados.
Debemos hacer hincapié en el hecho de que cada persona construye su identidad, su personalidad tanto de lo que percibe de su ambiente exterior (físico, social, cultural, económico e ideológico) así como de su propio ambiente psicológico, junto la “dependencia”, aunque casi siempre latente, de su propia genética.
En el trascurso de la vida, con la interacción de dichos “ambientes”, construimos estructuras mentales, creencias, etc., que nos permiten tener conciencia de nuestra propia existencia, así hasta construir una identidad propia que nos permita desenvolvernos de manera más o menos “eficiente” en nuestro entorno o ambiente; en la sociedad, en una comunidad o en un grupo de iguales. Nos adaptamos al grupo con una cultura que nos “provee” de normas, reglas, costumbres y valores, o también, nos circunscribimos en esas subculturas satélites (que giran en torno a la cultura general) en las que nos sentimos aún más incluidos, tan incluidos como para tener una vida mental medianamente sana o con sentido, al mismo tiempo que dicha inclusión nos permite sobrevivir, por muy justa o injusta que sea con los otros.
Justamente por ello, porque “el hecho” o la “verdad” nos viene impuesta, nos es extremadamente difícil ajustarla a nuestra propia percepción del mundo en el que vivimos o a nuestra estructura de creencias, lo que nos impide sobrejustificar desde lo más simple de nuestros deseos más primarios o primitivos, la relatividad que percibimos y “tocamos” del mundo social y cultural, etc., hasta nuestro propio “Insight”. También lo que pensamos o racionalizamos de manera más compleja.
La demostración de la verdad con pruebas, o la constatación de cualquier hecho que se nos exponga como irremediablemente fuera de crítica, justificación, o con una racional demostración de alternativas, no nos impiden que sigamos intentando salvar “todos los muebles de nuestra mente”, que han sido tan «laboriosamente» asentados o construidos en el trascurso de nuestra vida, o de manera consciente o inconscientemente.
A pesar de que la realidad pueda ser refutada con hechos, dichas estructuras mentales forman parte ya de nuestra identidad y personalidad, quizás, estrechamente ligadas a nuestro sentido de la espiritualidad (religiosidad), de cómo concebir la política (ideología), al cómo justificar y defender nuestros intereses económicos y sociales, defender nuestra visión del mundo como si tuviera algo que ver con una «realidad generalizada», o de proteger esas maneras con las que interactuamos en sociedad que siempre supusimos y creímos que fueron verdad, hasta el punto de su naturalización, como si formara parte de la propia naturaleza humana, aunque sea incierto.
Lo cierto es que ni nuestra mente, o más concretamente nuestro cerebro -biológicamente hablando- no ha evolucionado adaptativamente para descubrir la verdad ni los hechos, más allá de que también poseamos una afanada motivación para ser curiosos y creativos. Más bien, nuestro cerebro y nuestra mente, pretende simplemente adaptarse, sobrevivir y evolucionar. Adaptarse, sobrevivir y, especialmente, evolucionar puede no tener nada que ver con un desarrollo exponencial de nuestras capacidades consideradas como positivas, como la inteligencia, la capacidad de ser empáticos, éticos y sociales. Quizás, evolucionar, adaptarse y sobrevivir, signifique justo lo contrario.
Por este motivo, es muy difícil que, incluso tras la demostración de un hecho, uno acepte matar a su “yo”- simbólicamente hablando- porque contradiga a la “prueba” misma, mucho menos en la exposición de una prueba o un hecho que se sitúa en el propio ojo del huracán de “la posverdad”, por muy cierto que sea el hecho o la prueba.
La mentira, el autoengaño y su posterior sobre-justificación racional, es un mecanismo psicológico, casi mecánico y universal, que mejora nuestra supervivencia y adaptabilidad, más aún en ambientes sociales en continuo cambio, relativamente hostiles, competitivos, crueles, críticos y con altísimos grados de desigualdad, donde se premia justamente dicho mecanismo de autodefensa. Se trata de evitar la culpa, el dolor, la tristeza o el sufrimiento que le sobreviene o supera al individuo al que ya le superan la compresión de los propios hechos ambientales.
En definitiva, aunque en nuestro consciente más presente, empático, reflexivo, moral y ético de nuestro día a día sobreviva la idea de idolatrar “la verdad”, “la justicia” y la “buena voluntad”, y, al mismo tiempo, rechazar la mentira, lo injusto y lo considerado como criminal o delictivo, sin embargo, aprobamos la mentira y lo injusto, y despreciamos el hecho sin nos conviene para nuestra supervivencia, aunque sea para nuestra supervivencia mental, para salvar esas estructuras mentales que ahora conforman nuestro propio “yo” y, quizás, para salvar a nuestro grupo social que nos ha regalado de identidad, reconocimiento, poder y status.
La gran mayoría humana solemos codificar la justicia, la verdad y la maldad bajo nuestro sistema o estructura de creencias -o individuales o colectivas (del grupo al que creemos pertenecer)-. También, bajo criterios o filtros que incrementen nuestro bienestar, placer o disfrute individual, o para mejorar la cohesión al grupo al que creemos pertenecer, aunque ello conlleve la degradación de los derechos de otros, incluso, con cierta crueldad sobre los otros. Esta forma de actuar está presente en cualquier grupos sociale, y los sujetos que no actúan bajo dichos criterios, son repudiados y marginados de los grupos en los que se pretendía ser incluido, quizás, ser incluido para sobrevivir.
Por otro lado, la degradación de los derechos y libertades de otros, como adelantábamos, serán justificados de cientos de maneras a través de diferentes mecanismos psicológicos o mentales, así como a partir de legitimados constructos sociales que han sido legitimados y ampliamente aceptados para cada grupo, con ciertas normas, costumbres culturales, idealizaciones de sistemas simbólicos de valoración (valores), sociales, religiosos, económicos o ideológicos, etc., tratados siempre como verdades absolutas, normales y naturales, como propias de la naturaleza humana.
– Mente, sociedad, economía y evolución:
Si ser curiosos, generosos, honrados, si estuviéramos predispuestos a aprender de nuestros errores y culpas, si intentaramos desarrolar nuestra empatía y la comprensión del mundo, y fuera propio de un «valor» propio de un sistema social, cultural y económico dado, de una comunidad o de un grupo social, que premiara o recompensara dichas actitudes (también naturales en el ser humano), y se convirtiera, pues, en la fórmula más probable de sobrevivir, es posible que tuviéramos que adaptarnos a este sistema para sobrevivir. Sin embargo, hoy, en la modernidad líquida, ocurre justo lo contrario.
No siempre fue así. Aunque cueste reconocerlo de manera personal, el capitalismo más primigenio o “fetal”, convivió extremadamente genial (siempre mejorable y a pesar de sus contradicciones) con la filosofía humanista, con una legitimada política fiscal y distribución de las riquezas públicas (siempre mejorables). Y aunque dicho sistema no regalaba nada a ninguna causa social, sólo a través de una encarnizada lucha social consciente y colectiva sobre los derechos civiles, raciales, laborales, feministas, ecologistas, sobre la educación, la sanidad y demás, abría las puertas para establecer el neófito «Estado de Bienestar y democrático» del que hoy conocemos en su degradación y menguamiento, pero fue el primer contrato social más desarrollado y eficiente de la historia de la humanidad y el más o menos duradero – y siempre con el imaginario colectivo de que íbamos a ir evolucionando-, y con tendencia a aumentar exponencialmente sus inversiones, no sólo por su rentabilidad social, sino por su rentabilidad económica derivada ( o agregada), posiblemente, derivada de la corriente económica Keynesiana.
Todo este sistema sólo era posible si sujetaba sobre la creencia del mérito, el trabajo y el esfuerzo, que a priori, eran sentencias que cualquier color político, por muy extremas que fueran, serían aceptadas. Quizás faltó un solo concepto, la ética. O dos, la ética y la responsabilidad.
Sin embargo, quizás, aún desconocíamos de las rarezas del ser humano, o, por lo menos, en un 50%, de sus tendencias de acumular, de ostentar, de brillar, de sus ansias de poder cuanto más baja era su autoestima y su ignorancia, de su necesidad monetaria cuanto mayor era su necesidad de comprar lo que consume ese “igual” que ya era aceptado e idolatrado por méritos propios. Eso de ser alguien sin «ser» para ser aceptado con galardones superficiales y no meritocráticos en una determinada comunidad o grupo social.
Sin querer adentrarnos en demasía en este título, porque es estremadamente complejo, sería imperdonable ni siquiera nombrarlo o sin adentrarnos en la semiótica, en el estudio de signos y en la comunicación humana, y su importancia vital para la construcción del conocimiento y la cosmovisión del mundo. Es el conocimiento y ciertas corrientes de pensamiento, como la sicología positiva y de la toxiciad.
El lenguaje, el «signo», la palabra y los conceptos, son como capsulas espacio-temporales que nos permiten clasificar, etiquetar y darle sentido simbólico a la realidad vivida colectiva e individual en un momento dado. El lenguaje es dinámico, siempre en continuo crecimiento y evolución tras las apreciaciones percibidas del mundo más físico, pero también del social, cultural y psicológico (hechos y símbolos). Nos permite comunicarnos con los demás, pero también con nosotros mismos, lo que nos permite pensar, razonar, sentir e imaginar, así como mostrar o percibir las emociones humanas más vividas (cognición). A partir de ahí, generamos conocimientos.
La codificación de la realidad a través del lenguaje y su sistema simbólico, no sólo nos ha permitido conocer anticipadamente de las realidades de nuestro medio físico, sino también anticiparnos- por la mera recreación imaginaria e intelectual, por ejemplo, una interacción social, tener nuestra propia visión interna, percepción o entendimiento- para construir de hecho una realidad social, o «el poder» de predecirla a través del conocimiento adquirido.
“Un árbol es un árbol”, como diría M.Rajoy (presidente del gobierno de España) intentando naturalizar algo inatura mediante una asociación irracional sobre algo obvio y natural , pero el concepto carretera, barco, burocracia, escuela, clase social, pensiones, subsidio por desempleo, etc., jamás existirían sin su sentido simbólico y su construcción socio-histórica de hecho, además, de algunos de estos conceptos, derivados de una lucha de clases también de hecho.
El lenguaje nos ha «otorgado» la capacidad de mostrar nuestros pensamientos y emociones a otros ( y a nosotros mismos) de manera verbalizada, escrita o mediante la comunicación no verbal (movimientos, gestos o posturas), para describir, comunicar (cosciente o incoscientemente), de la manera más cercana posible, la realidad (interna o externa). Desde definir qué es un hecho o no, hasta comprender lo positivo que ha sido para la evolución tanto para la construcción libre de nuestra propia mente (reflexión) como para la construcción de las sociedades en las que interactuamos hoy en día, así como conocer que somos lo que somos (entre otras) por lo aprendido de unos y otros a través de infinidad de generaciones (transmisión de conocimientos, costumbres y valores) para, finalmente, llegar a convivir medianamente en paz en este último siglo que se ha construido entre miles de debates, guerras y conflictos (aunque parezca inaudito, hoy somos menos violentos). El lenguaje ha sido vital para ser todo lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. Pero el leguaje no es un «instrumento» inocuo, y nos ha dado la capacidad de imaginar, de contar historias, de verbalizar o escribir, también, elaborar mentiras para poder engañar, señalar y manipular al receptor y «objetivo» de nuestros intereses, y, sorprendentemente, engañarnos a nosotros mismos, quizás, también, para ser objetivo de nuestros intereses y deseos que podrían ir en contra de nuestra propia supervivencia.
El manejo de los códigos sociolingüísticos y su simbología es el mayor de los «poderes humanos», porque todo lo que pretendieramos saber y conocer, e incluso para explicar la manera que nos emocionamos y pensamos (ser conscientes de nosotros mismos) radica en el lenguaje. Aunque existan ciertos cambios en el lenguaje que nos vió nacer, aunque inventemos individualmente nuevos conceptos sobre nuestras realidades vividas, y aunque las compartamos con una colectividad vivida en nuestra vida cotidiana, siempre habrá un infinito «cosmos» de «signos» y simbologías que se nos escapen de nuestra percepción, entendimiento o inteligencia. Y sin esos conceptos y símbolos asociados a los hechos, ¿Cuál sería nuestra cosmovisión del mundo?
Los códigos o conceptos científicos, se refieran a los hechos físicos, a los hechos sociales, culturales o a los hechos psicológicos, que contienen tan magnitud de complejidad, con tanta carga de simbología y holismo, que es imposible jibarizarlos hasta el entendimiento del más común en un tuit (o cualquier otra forma de expresión en las redes sociales). Sin embargo, es lo que se intenta hacer o es lo que se piensa– o es lo que se intenta mostrar como si ya estuviera hecho- para democratizar, supuestamente, el conocimiento y la ciencia y, colateralmente, la libertad individual. Es ridículo. Al igual que es ridículo convencer o dictar a alguien que sea feliz por que sí. Que elimine su cosmovisión del mundo, que erradique los «signos» que le dan la capacidad de percibir, sentir y pensar sobre sí mismmo y su ambiente.
En esta modernidad líquida, los conceptos son dados como aislados, simples, sin historia, sin vida y sin interacción de unos conceptos sobre otros, en resumidas cuentas, sin vida cotidiana, sin la realidad como causa de otras realidades. Incluso, y debido a esto, se aíslan tanto, que un concepto social e histórico tan equilibrado, democrático e igualitario como el concepto “feminismo”, sea visto, se simbolice y se piense como el concepto antagónico de “machismo”, y no como “hembrismo” u otros sucedáneos generados del propio patriarcado.
>> https://t.co/VPxScgVPZy <<
La enseñanza o adquisición de los códigos sociolingüísticos, los primeros pasos, provienen de la familia y del grupo de coetáneos. En resumidas cuentas, las primeras palabras, los primeros conceptos, la primera cosmovisión de la realidad provienen de las familias que, quizás, no suelen tener acceso aún a los códigos más complejos, pero que reproducen en su prole una cantidad de códigos limitados u códigos sesgados. En el sentido más utilitarista del término, suelen mantener exclusivamente los códigos en los que se acepte la obediencia ciega a la autoridad; términos, conceptos y lenguaje completamente socializados en base a mantener la relación de poder y subordinación unos con otros, quizás, porque es lo que creen que les permitirá sobrevivir.
Ya sea por el sentido de no conocer otros códigos sociolingüísticos, por la aceptación forzada de inferioridad (sin acceso a…, sin socializar posibles alternativas o ambiciones), sumisión o adaptabilidad y supervivencia, dependencia, por una fuerte conciencia de clase en la que se autolimitan justamente para diferenciarse de sus antagónicos, por esa necesidad de sentirse incluidos aunque en la servidumbre…, ciertas clases sociales son socializadas y se retroalimentan con dichos códigos y códigos limitados, los cuales tendrá una barrera infranqueable cuando intenten instruirse en la educación pública y gratuita , y no ya en la educación privada, con otros códigos sociolingüísticos quizás menos complejos, pero más prácticos y direccionados o enfocados a la sociedad del éxito y la competencia.
Sobra decir que este es uno de los mecanismos de reproducción de clase más básicos, que no les permite la movilidad social vertical más esencial, debido al esfuerzo extra que tendrían que hacer para comprender y adquirir un mayor número de códigos (palabras y símbolos) cuando se incluyeran en los diferentes niveles educativos. Aunque muchos padres siguen pensando que las diferencias provienen exclusivamente de que sus niños o niñas entre en un colegio público o en uno de pago, por la creencia de que»un sistema pedagógico más complejo y eficiente» (muy entrecomillado) tendría unos resultados más positivos que posibilitarían que el niño obtuviera mayor éxito académico, y por ende, mayor éxito social y económico, los de pago, quizás, simplemente les proveerán de ciertas redes sociales y económicas de hecho, más allá del conocimiento que vallan a adquirir, porque son los códigos que se manejaran en la familia, como núcleo básico de reproducción social, los que delimitarán su cosmovisión del mundo más básico y su posterior desarrollo intelectual, especialmente en las edades más tempranas (2 a 6 años).
Hoy en día tiene mayor relevancia predictiva sobre la movilidad social vertical o el éxito que podría disfrutar la prole de una familia, el número de libros que haya en un hogar (y, lógicamente, su lectura) que las propiedades o el dinero que puedan poseer en una cuenta bancaria (en una supuesta sociedad que atienda a la meritocracia). Más que los libros en sí como indicador, es el número de palabras que se manejan en las familias, y sobre esto existen datos que podrían darnos una visión gráfica de lo que se pretende argumentar.
Si bien no hay ninguna asociación directa entre lo simple y lo complejo con la verdad ni la mentira, si es cierto que los conocimientos científicos más estructurados y complejos no están al alcance de todos como quisiéramos por infinidad de razones (algunas relacionadas por el título anterior), pero también, tanto por causas intrínsecas al individuo como extrínsecamente al mismo. No las citaré aquí, dejaré al lector que piense sobre ello.
Sea como fuere, en la modernidad líquida actual se llega a simplificar tanto el conocimiento dado como verdad -para que pueda ser adquirido por todo el mundo-, que llega a parecer tener tintes de mera opinión, igualándose a los discursos y opiniones falaces, y como resultado, parecen tener la presencia de meros debates subjetivos de una y otra parte.
La tendencia en la divulgación informativa (con conocimientos vacíos o simplemente descriptivos y sin profundidad) está regida más por la rentabilidad que puede llegar a ostentar dentro de la lucha para ostentar los primeros puestos en el mercado de la información (prensa, páginas web o revistas especializadas en periodismo, psicología, medicina, sociología, etc.), que por el mero hecho de divulgar profesional, ética, responsable y altruistamente información, conocimiento y ciencia. De este modo, no es el hecho lo que se pretende divulgar como objetivo primordial, sino ajustar la información y el conocimiento que se divulga o difunde a las creencias, intereses, etc., de los que demandan información para justificar lo que creen ya saber y practican de hecho.
Es decir, los medios que divulgan información se centran en la rentabilidad de sus publicaciones, y por ende, contarán lo que más se aproxime a la estructura de creencias de la mayor demanda, siempre en conjunción con la evitación de contradecir las pautas seguidas por las empresas que se publicitan en dichos medios, y así, todo el mundo “es feliz”…, por lo menos a corto plazo.
Y no, no es mera conspiración, sucede de hecho. Vea usted las pantallas en las salas de redacción donde se muestran los ranking de las noticias que más gustan o más disgustan. Sin decir nada más, qué pensará el redactor o periodista antes de escribir su siguiente artículo, mirando dicho ranking de noticias, sobre las más leídas o visitadas, esas noticias que supuestamente describen y se redactan sobre la realidad.
Si bien en este debate siempre estará la eterna pregunta; ¿somos los demandantes de información culpables por devaluar el valor o rentabilidad de los medios por nuestra demanda en creencias y subterfugios, o, por el contrario, son los medios, porque deberían regirse por un periodismo con una ética deontológica en la que todos deberíamos confiar desde el principio hasta el final, aunque nos entristezca, aunque nos alarmen, aunque nos muestren lo peor de nosotros mismos?
En todos los espacios sociales en los que interaccionamos en esta modernidad líquida, suele tener muy poco que ver la ética cuando la mano invisible del mercado se adentra de lleno, porque son los mercados o las élites tanto ideológicas como económicas los que hacen perdurar, o no, cualquier empresa, incluido esos medios de diferentes colores que solemos leer. Y vuelvo a repetir, sin pretensión de aupar las teorías de la conspiración (más adelante habrá un espacio argumentativo donde se ataca a las teorías de la conspiración). Pero sí hacer hincapié, otra vez más, en la necesidad de sobrevivir, incluso, los propios medios tradicionales donde le comprábamos “hechos” y “verdades” resultantes de las ciencias de la información.
En definitiva, hay culpables en ambos bandos. Los demandantes de información necesitan de informaciones y conocimientos que se ajusten a su estructura de creencias, y los medios de comunicación intentan agradar a los que financian y siguen al medio.
Desde que apareció la teoría de la relatividad para la ciencia Física, parece ser que todo lo que tiene que ver con el ser humano es incierto, relativo o variable. Sí, pero no.
Que lo que percibimos y pensamos es relativo, y más concretamente del mundo social en el que vivimos, es un hecho sociológico y sicológico, pero no por ser relativo deja de ser verdad, porque es sentido, vivido, y se rinde, cada una de ellas, a una lógica de variables causales, causalidades históricas o historias de vida particulares. Es decir, lo que ayer sólo fue un sueño, una creencia, hoy es un hecho, contradiga o no a la propia esencia o naturaleza del ser humano.
En el análisis propuesto del mundo social de manera más extensa, que recoge todas y cada una de dichas relatividades, como hecho social y científico, no es tan relativo como intentan mostrar nuestras percepciones y razones individuales o identidades colectivas sociales, culturales o ideológicas y, sin embargo, no deja de ser verdad. Esto que parece un trabalenguas o una simple paradoja, es justo la distancia científica que existe entre el sentido común y la ciencia (o la filosofía científica). Es decir, que sintamos o percibamos y pensemos el mundo de diferente manera es un hecho, al igual que es un hecho que mientras pensamos sobre el mundo en un contexto espacio-temporal concreto, dicho espacio-temporal contiene hechos en sí mismo.
Es muy usual que para la psicología o la cultura popular, la ideología o el sentido común entienda el concepto de relatividad como un hoyo vacío e infinito de “verdades relativas subjetivas o propias”. Que es ese lugar oscuro que nadie entiende, pero es ese lugar donde meter nuestras “cosas”, al mismo tiempo que pretendemos ir quitando las “verdades relativas ajenas”. O poco a poco, o de manera drástica, justamente para hacer del hoyo el hecho objetivo y sin discusión a favor de nuestra “relativa” subjetividad.
Sin embargo, la ciencia es capaz de demostrar que el hoyo es un hecho social en sí mismo, que siempre ha estado provista de infinidad de relatividades perceptivas en todo espacio y tiempo, por lo que sería recomendable que ninguna de esas relatividades se hicieran con el hoyo si queremos que el hoyo siga existiendo, y por consiguiente, nosotr@s, la humanidad.
Dicho todo esto, la relatividad no es un concepto vacío libre de interpretaciones, contiene un significado demostrado, y significa que “no es absoluto”, que “está en relación con alguien o algo que se expresa”, o bien, en su segunda acepción, “que está en relación con alguien o algo que se expresa”, y añado, que depende siempre del espacio-tiempo.
Sin embargo, el sentido común no sólo no se ha alejado de dicho significado, sino que lo ha modificado hasta entender que se refiere justo a lo contrario, a un libre albedrio, en una especie de libertinaje, subjetivo, individualista e interesado desprovisto de comparaciones, culpa, duda y crítica, y que no sólo es la propia subjetividad una de las relatividades más válidas, sino que no importa todas las demás, “porque hay un “yo” especial que nadie quiere entender”, hay un “yo” que se oye sólo así mismo en un “porqueyolovalgo” o un “yomismo” infinito, filosofía de vida con un empoderamiento vago en todos los sentidos, posiblemente, efecto de esa modernidad líquida de la que tanto estamos hablando y hablaremos.
El hecho científico, cada vez más, aunque moleste a los individualismos, aunque haya una infinidad de motivaciones- especialmente, ciertas motivaciones sociales o secundarias- que nos instigan a ser pretensiosos o diferentes, los seres humanos somos más iguales de lo que pretendemos aparentar, aunque, quizás, con “un mundo potencial” propio e inigualable, pero lo cierto es que ocurre demasiado poco.
No obstante, la utilización del relativismo o la falsa tolerancia para “justificar” nuestros deseos más hedonistas, egoístas o primarios cuando se convive en sociedad, no deberían ser válidos de ninguna de la maneras, porque cada una de las conductas, pensamientos que se proyectan en sociedad tienen que ver con cada uno de nosotros, y con estas conductas solo se pretende dominar y subyugar al resto a una ridícula y autoritaria filosofía “porqueyolovalguista” o sociópata, que nada tiene que ver ni con la propia supervivencia del individuo ni con la propia supervivencia del grupo social en el que uno se pueda sentir incluido, por lo menos, a largo plazo. Que uno pueda sacar mayor tajada del resto, es hasta concebible, de hecho sucede, está sucediendo y siempre ha sucedido y le solemos perdonar por su atraso. Pero que todas las personas pretendan hacer lo mismo, es un absurdo, es inconcebible para mantener un contrato social mínimo para nuestra propia supervivencia, pero hacia allá vamos.
Lo que se quiere decir es que, si bien cada persona es un mundo, que se ha construido por sus vivencias en el trascurso de su propia vida, que ha construido un castillo en continua remodelación para sobrevivir, es del todo un hecho. Como también es un hecho que somos capaces de percibir el dolor y el sufrimiento tanto entre nosotros, los humanos, y los demás seres vivos, justamente para poder sobrevivir. Sin embargo, paradógicamente, también es un hecho que intentamos reinventar y modificar el hecho primero (que somos animales sociales) a nuestro antojo, para evadirnos de la culpa, el remordimiento y el dolor cuando reconocemos cierta responsabilidad social o con terceros, justamente, para que nuestra mente, que es donde solemos encontrar a nuestro yo o nuestra conciencia, sobreviva, o por lo menos, para que se mantenga medianamente sana mentalmente.
No obstante, una estructura de creencias ampliamente aceptada y legitimada por mayoría colectiva y vivida desde muy infantes, no debería impedir que surja el chispazo en cualquiera de nosotros, por ejemplo, en nuestras “Neuronas Espejos” o en el “Nervio Vago” (centros de la empatía e inteligencia social). Ese “chispazo” que surja de nuestra individualidad, de nuestra empatía y compasión, también innata, que nos haga revolvernos más allá de los muebles y de los castillos mentales (creencias) que hemos construido a partir o de lo sentido y pensado o de lo contado por otros para simplemente sobrevivir.
Lo cierto es que no es fácil erradicar de un plumazo eso que nos ha permitido sobrevivir y adaptarnos, también construir nuestra identidad y ser aceptados en sociedad, quizás, por nuestra fuerte y sentida motivación de filiación, que contradice a nuestra lógica evitación de la culpa y del dolor, en la que impera la idea de ser abandonados sino aceptamos lo inhumanamente aceptable.
Hoy, la mentira, es más atractiva que nunca. Quizás porque nunca hubo ni se mostraron públicamente tantas verdades, como hemos expuesto en anteriores títulos.
La mentira o la recomendación e instigación para auto-engañarnos, se difunde asociada a la pasión y/o la emoción, en un intento de ligarla a nuestra naturaleza más innata o biológica, rozando, muy de vez en cuando, a este respecto, ciertas verdades parciales atribuidas a nuestra propia naturaleza y emotividad. ¿Os suena este cantar?
De esta manera, al intentar separar la razón de la emotividad, desprecia y desprestigia a la razón y al conocimiento, como si fueran separables o se pudieran erradicar del ser humano o de la humanidad, como si no fuéramos quienes somos gracias a estas mismas razones, utilizando discursos, para entendernos, de “buenrollismo”, emotivos o pasionales hasta el sangrado.
Como herramienta simbólica principal, el “amor”, concepto tan amplio y subjetivo que se puede acomodar o asentar fácilmente en cualquier empresa que intente emprender, en un intento jibarizado para explicar las relaciones de pareja, la amistad, la familia, la empresa, el trabajo o cualquier tipo de organización colectiva humana, hasta el amor a un simple objeto inerte como una piedra (el oro).
Y más allá del espectro simbólico que pudiera contener el concepto amor para las relaciones cualesquiera (incluidas las colectivas o hacia un grupo), estaría bien recordar que el amor mata tanto como el odio y la rabia, aunque sólo fuera utilizado de manera instrumental para justificar los actos más perversos, violentos y sádicos del ser humano. Hay infinidad de ejemplos presente a este respecto, como la violencia machista, pero también los soldados, que por amor a una “patria”, por ejemplo, y en una “obediencia ciega a la autoridad”, son capaces de enfundar un arma para asesinar a otro ser humano si fuese necesario sin saber o profundizar muy bien el por qué, sin saber muy bien si es el malo o el bueno de “la película”.
Si bien el odio, la envidia y la rabia tienen la fuerza para recrearse en la violencia y la agresividad, la latencia de la violencia y la agresividad más vil y cruel la ostenta la propia expectativa de ser feliz a toda costa, de mantenerla si se consiguiera para hacerla infinita, sin ni siquiera prestar atención si ya se es feliz con lo que uno es y tiene.
“Quitadle lo que creéis que os pertenece al más al odioso, envidioso, rabioso y al infeliz a vuestro parecer, quizás siga encontrando odio, envidia y rabia e infelicidad. Es su “mundo real”, y en su mundo real, a vuestro parecer, y quizás para el propio infeliz, será feliz.
Ahora quitadle lo que creéis que os pertenece al feliz, y solo se encontrará la muerte, de uno u otro bando.
Dichas arengas positivistas, pasionales y con la bandera del “amor” por bandera, suele ser acompañadas con diseños estratégicamente calculados, con corazones, dibujos y litografías que nos atraen por su simpleza, quizás, por ser conocedores de esa necesidad INDISCUTIBLE del ser humano de amar y ser amados, de sentirnos arropados, queridos, aceptados e incluidos. En este sentido nuestra motivación innata de afiliación manda. Pero, ¿hasta qué punto no se ha elaborado una estrategia razonada y maquiavélica para emocionarnos y conseguir un objetivo?
Parece ser que la mentira de hoy navega en el aire que respiramos, en un mundo donde la mera imagen, la belleza modal y los sueños se entremezclan, que terminan rezando y arrumbando entre lo que parece natural, poesía o puro y duro maquiavelismo, entre charlas motivacionales extremadamente subjetivas, entre las verdades parciales y las grandes mentiras, pero donde no es necesario mostrar ningún tipo de certezas, hechos o pruebas.
En esta sociedad no se nos provoca ni se socializa para tener un pensamiento crítico e individual, más bien al revés. El que ostenta cierto tipo de individualidad en sus disertaciones o pensamientos o sensibilidades es rechazado y marginado del grupo. Aunque siempre ha ocurrido así, el sistema socioeconómico que hemos inventado intenta evitar por todos los medios a que seamos curiosos, que filosofemos, meditemos, pensemos o reflexionemos, que para el ser humano es como al pájaro quitarle las alas para que pueda volar.
Más bien se exige, si realmente queremos ser felices (dictadura de la felicidad) que no pensemos, ni curioseemos, ni sintamos de verdad porque nos juzgarán y sentiremos dolor. El sistema enarbola y premia el individualismo, pero no a la individualidad, siendo términos casi contrapuestos.
Lo cierto es que hoy ya existe proclamas de moda en las que se nos recomienda que nos desinformemos, que dejemos de leer en los medios, que dejemos de pensar, que dejemos de explorar, investigar y de curiosear, de escuchar, comprender y empatizar con el otro, que dejemos de sentir y de ser animales sociales e inteligentes. En definitiva, porque eso es lo que nos duele, lo que nos está doliendo y nos impide ser felices.
Se nos instiga a que demos rienda suelta al niño/a psicópata animal y salvaje que llevamos dentro, que desoigamos nuestra otra parte también innata y necesaria para sobrevivir, nuestro altruismo, compasión y entendimiento. Se nos alienta a que sólo desatemos nuestros deseos hedonistas, individualistas e inmaduros, deseos que, no casualmente, son tan impuestos y que han sido tan “bien” socializados y premiados que nos son imposibles de ver como no naturales. O bien, desde muy temprana edad, o en la interminable búsqueda de explicación de nuestro mal-hacer o nuestra intento por invisibilizar nuestra incompetencia en la edad adulta, mediante sobre-justificaciones efímeras que suelen acrecentar el problema y la bola de nieve.
Por ejemplo, refiriéndonos al segundo caso, buscando explicaciones legitimadas por un “coach”, que nos digan lo que queremos oír, y exculpados por un coach de la felicidad, que casualmente, por ejemplo,es arquitecto de profesión, no psicólogo o ninguna eminencia en psicología, posiblemente agrave aún más nuestra culpa y nuestros traumas a largo plazo, aparte de causar malos tragos a las personas a las que supuestamente les tenemos afecto y con las que interactuamos y nos va la vida en ellas.
En definitiva, se nos recomienda que dejemos de sentir por otros porque nos enfermaremos, y si enfermamos por otros por empatía, o por el mero hecho de ser juzgados por nuestras conductas poco empáticas, y además juzgadas por otros, serán que son personas tóxicas.
Irresponsable hasta la crueldad más interesada, porque sin reflexión, sin información, sin pensamiento crítico, con la recomendada castración de dicha pseudo-sicología de ciertas emociones que tienen tan poco marketing, como la rabia, la ira, la desconfianza, el miedo, etc., se nos expone a pecho descubierto a los “vende humos de libro”, a los psicópatas, sociópatas, megalómanos, “coach de la new age”, “magufos”, sectas y demás alternativas, quizás, también, alternativas como la corriente psicológica citada.
Nos adentraremos más en ello en el tercera parte de este artículo.
Es cierto que la mentira, la manipulación de las masas, el maquiavelismo ideológico, el autoengaño y demás, siempre han existido, existen y seguirán existiendo. Sin embargo, lo que más ha atraído al mundo intelectual, humanista y científico de estos conceptos (la posverdad y la toxicidad actitudinal), es la capacidad que ostenta el ser humano, así como las sociedades en general –de manera colectiva-, para sortear, despreciar y desprestigiar las pruebas y lo hechos, y por consiguiente, el rechazo también del “grupo mínimo de valores colectivos humanos” de referencia; lo considerado filosóficamente como lo justo (también siempre cambiante, deambulando entre lo objetivo y lo subjetivo).
Del mismo modo, la ciencia y “sus fans más religiosos”, tampoco han escapado de dicha tendencia, de dicha corriente de pensamiento, ya que sin llegar a comprender del todo las pruebas y los hechos de las ciencias que no han terminado de comprender, le dan el “sí quiero” rápidamente a cualesquiera de ellas, sólo por el hecho de nombrarse CIENCIA en mayúscula, y nombrar, muy de vez en cuando, ciertos intereses individuales o colectivos si es que los hubiera.
Quizás, lo que esté ocurriendo en esta modernidad líquida pudiera ser que exista un desprecio total de los valores colectivos (el “contrato social” más básico y primigenio), exaltando la supervivencia-hedonista individualista a favor de las corrientes de pensamiento neoliberales, con cierta naturalización y normalización de cierto tipo de conductas que solían ser despreciadas y renegadas de la gran mayoría de las sociedades en el pasado más reciente, como por ejemplo, cualquier tipología de delito o perfil de criminalidad o criminal, como puede ser, entre otras, la corrupción, o el asesinato legitimado (como la pena de muerte, por guerra o por conducta desviada o delictiva).
La gran mayoría de las veces, las conductas criminales que hacen daño y/o las injusticias que permanecen, son las conductas que se normalizan y se naturalizan, las que se convierten en verdad sólo por el hecho de ser compartidas por un grupo a pesar de traspasar no lo ético y lo inmoral, lo que suponemos como lo innato y lo más pasional del ser humano, los más empático y compasivo exclusivamente para nuestro grupo (el nazismo).
Las que nos hacen daño a todos son las injusticias que se institucionalizan, las que cumplen sueños y ambiciones no sólo individuales, sino sueños colectivos desproporcionados, neuróticos o psicopáticos; los que apartan, infravaloran, invisibilizan, asesinan y eliminan, los que subordinan y esclavizan, los que cosifican a personas y animales, las que persiguen una meta a toda costa, las que se definen con “el fin justifica los medios”, sin necesidad de reflexión, crítica, duda o culpa.
Se elimina así, cualquier posibilidad de renovar, cada cierto tiempo, ese “contrato social” -si se quiere, inteligente, ético o humanista y ecológico- con cierta referencia a valores muy básicos y de partida en la que todos saldríamos ganando. Hoy, la concepción del éxito social y económico, está demasiado cerca a lo que hasta ayer mismo, considerábamos delito o crimen o, por lo menos, conductas reprochables por el grupo mayoritario porque ha pervertido la esperanza de su propia supervivencia.
Es por ello que me ha despertado tanto interés reflexivo, de vigilancia y crítica sobre dicha corriente de pensamiento -la psicología positiva y de la toxicidad-, además, porque es expuesta, como adelantaba anteriormente, como algo “científico”, “emotivo” y “cariñoso”, asociada muy equivocadamente a la inteligencia emocional, justamente por los horrores que lleva impreso en su contradicción.
Sep 16, 2018 0
Mar 03, 2018 0
Ene 14, 2018 0
Ene 27, 2016 0
Mar 03, 2018 0
Ene 27, 2016 0
Nov 28, 2015 0
Nov 28, 2015 0
Ruta Valleseco-Arucas en bici
Ruta Barranco de Guiniguada en bici