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Nov 15, 2015 fenomenosocial Directores de FS, Opinión 0
Saberse libre es reconocerse voluntarioso conocedor, reflexivo sobre las realidades físicas observables y reflexivo sobre las corrientes de pensamiento que nos pueden estar condicionando en nuestra forma de pensar y, por ende, en nuestros quehaceres diarios.
Ser entendido de las realidades propias o internas (condicionamientos psicológicos), así como de las realidades externas o ambientales (condicionantes ecológicos, sociales, económicos, etc) que puedan estar determinando nuestro pensamiento o conducta, a priori podrían ser las variables a conocer para hacernos libres y responsables de nuestra propia libertad. La adquisición de esta libertad, el conocer y aprender, depende mucho de nuestra voluntad y la virtud de cada cual.
Ser libre implica responsabilidad con uno mismo, con los otros y con el entorno natural, reconociendo cada uno de los “por qué” de nuestras conductas y pensamientos, de las causas y efectos de nuestra toma de decisiones, también ser conocedores del “por qué” de la toma de decisiones y elecciones de los otros. Se trata esto de una Ética de Alto compromiso.
Saberse libre no sólo implica la elección de un abanico de ofertas en venta para imitar a las colosales conformidades, sino, también, la posibilidad del descarte de toda rebaja externa así como la creación autónoma para cubrir nuestras propias necesidades. Al fin y al cabo, la libertad, entre otras cosas, consiste en crear nuestros propios recursos para hacernos autónomos y libres, o, de manera emancipada, responsable y recíproca, intercambiar cualesquiera productos y servicios con otras personas.
Saberse libre se encuentra en la reflexión misma, en el propio pensamiento, en el análisis sobre uno mismo, en la autocrítica (sin llegar a enfermarse) y el ser conscientes del entorno con el que convivimos en cada espacio-tiempo (en cada presente) . Ser libre es ser conocedor de las oportunidades, fortalezas, debilidades y amenazas que nos puedan estar limitando en el ámbito psicológico, social y ecológico, ya que, el ser conocedor de las mimas, nos impulsan y nos motivan a cambiar, a transformar y a crear de manera activa para calmar las necesidades que demanda nuestro propio organismo ,también, para calmar o gestionar nuestras emociones individuales, nuestros pensamientos, así como ser conocedor de las necesidades del propio orden social y ecológico que nos condicionan para calmar cualesquiera de las necesidades naturales propias de todo ser humano. Es prioridad indispensable dedicarle tiempo a conocernos a nosotros mismos para poder llegar a ser realmente libres.
Ser libre es ser conocedor de las demandas sociales, económicas, políticas del colectivo en que nos hemos incluido, pero también, y especialmente, es ser conocedor del necesario y constante equilibrio entre dichas demandas y las demandas no vocalizadas del medio ambiente en el que desarrollamos nuestras vidas. En base a la sobrecapacidad o sobrecarga de transformación que ostenta el ser humano libre para modificar o hacerse con los recursos naturales que genera la propia naturaleza -cubriendo las necesidades de todo organismo vivo en un escrupuloso y dinámico equilibrio- es responsabilidad de los seres humanos el mantener dicho equilibrio ecológico y mantener intacta la capacidad de autoregeneración del medio ambiente, incluso, y ahora sí, siendo austeros en la medida de lo posible, si es imprescindible serlo. Es preciso mantener el equilibrio ecológico -de manera consciente- entre las demandas de los seres humanos, el resto del reino animal y las demandas del propio medio ambiente (en la que se incluye el ser humano). De hecho, es condición forzosa para el progreso y la propia evolución de la libertad humana. La libertad está extremadamente condicionada por su medio, debido a su inclusión en el todo ecológico, por consiguiente, no hay libertad sino hay un medio ecológico sano y con gran capacidad de autoregeneración donde desarrollar las libertades individuales y colectivas propias de todos los seres humanos.
Aprender (investigar el ambiente y curiosear), reflexionar-meditar, analizar, emocionarnos cuando conocemos, empatizar y hacer, nos hace libres, pero sólo en su conjunto, en su sumatorio. El hecho de conocer y defender el derecho a educarnos, no implica necesariamente “libertad” sino anteponemos o entendemos que tenemos el deber de educarnos, y luego, reflexionar sobre el propio conocimiento resultante que hemos adquirido en dicho proceso de aprendizaje.
Defender sólo el derecho a la educación, puede ser aprovechado por otros para aleccionarnos en el servicio y el mantenimiento de un orden o un sistema interesado sólo por ciertas minorías que ostentan el poder, y para este mundo contemporáneo y globalizado, lo está siendo el poder económico transnacional. Exaltar la motivación en el conocer y en la creatividad sin las barreras de la eficacia y la competitividad que es demanda por esta sociedad (vista como natural y única posible), exaltar la curiosidad natural de todo ser humano (todo lo contrario de lo que se está haciendo en las escuelas), ayudar a gestionar las emociones individuales sin llegar a dictarlas o redirigirlas, parece ser el mejor proceso de aprendizaje para conocer tanto el ambiente ( social y natural) como para conocernos (en lo psicológico) en toda su magnitud.
Es necesario la reflexión de todo lo que nos pueda acontecer de manera individual y colectiva. Cuando aceptamos el dictado de las minorías de poder, cualquier tipo de corriente de pensamiento, dogma o moda social, estén cualificas o sean meritorias o no del poder que ostenta por el beneplácito de minorías como de las mayorías sociales, sin reflexión sobre esta realidad misma, sobre el propio conocimiento en el que se sustenta y el que se nos ha inyectado desde nuestra infancia, sin ser conocedores de los intereses de ciertas estructuras de poder tienen para socializarnos a su manera y forma, podemos perder irremediablemente nuestras libertades individuales. Cuando se legitima por mayoría el orden social reinante por simple inercia social, o en base a la creencia que así es el orden natural de todas las cosas -ya sea por una fuerte afiliación colectiva o identitaria, o por mera adaptación y conservación individual y egoísta – podemos terminar guiados por la esperanza y la fe hasta el punto de aceptar lo intangible, incierto o falso, perdiendo así la misma libertad individual que todos quisiéramos ostentar. Desde esta condición (la que se guía por la esperanza, la fe y la confianza ciega), se generan los mecanismos que nos adormecen y nos entretienen para aletargar los cambios que beneficiarían a todo un colectivo, y que también abrirían todos los espacios a la libertad individual y, por ende, la libertad de cualquier colectivo, necesaria para cualquier Democracia que se precie.
Es necesario analizar la realidad objetivamente, el hecho social, el hecho sociológico. Si bien conocer que el pensamiento y la percepción puede ser relativas y que esto mismo ha abierto puertas para la tolerancia en todas las interacciones humanas, en el mundo de las ideas y de las creencias…, al mismo tiempo ha degradado la percepción que tiene la población sobre la ciencia y sus certezas hasta límites insospechados. Que las percepciones subjetivas sean relativas (desde el punto de vista psicológico) es un hecho contrastado, pero otra cosa bien distinta es que no exista una realidad social o sociológica, como en cualquier otro campo de estudio natural ( en la física, la química, la medicina, la astrofísica,etc), también, ampliamente contrastada desde el punto de vista científico. La ciencia no habla en ninguno de los casos de sentido común, de percepciones subjetivas relativas, más bien habla justo de lo contrario, de los hechos analizados tras un escrupuloso manejo del método científico.
El que ostenta el poder desea mantenerlo a toda costa, pero para mantenerlo debe hacer creer al resto que le es natural ostentar el poder, por lo que debe buscar la manera de que sea legitimado por el resto (carisma, por exaltación de inteligencia, por tradición, de manera violenta, con excesos de positivismo, por méritos, con engaños y mentiras, etc). A menudo, por no decir siempre, son los propios esclavos o las víctimas de los poderosos, los máximos representantes de la defensa de estos mismos. Por ejemplo, aleccionar a una clase media -en peligro de extinción- con la promesa de que éstos también podrán tocar el “reino de los cielos” o el mercado (consumo de masas) a través de méritos propios (esfuerzo y trabajo), y ocultar o invisibilizar constantemente “el por qué” de la incapacidad de éstas y clases sociales bajas de incluirse en la élite, no es fomentar precisamente la libertad como relata la propia corriente neoliberal en la que nos hayamos. El hecho es que, para que este sistema se mantenga, las élites necesitan de la clase baja, de lumpen, muy utilizados en sus discursos para legitimar el mantenimiento del propio poder que ostenta, como organizadores del orden, por lo que no sólo debe mantener la desigualdad, sino crear las condiciones para que se regenere, se reproduzca continuamente, e incluso, se agrave. Lo mismo ocurre con las desigualdades entre los Estados y Naciones. También es necesario una clase media conformista, nada intelectual y con acceso libre al mercado (aunque de manera temporal mientras interese). Mientras se les cubra sus necesidades materiales para esta vida contemporánea, al mismo tiempo, serán los principales defensores de las desigualdades y del poder que ostentan las propias élites económicas transnacionales.
Los procesos en derechos y libertades humanas que se incluyeron en muchas de las constituciones del mundo después de la Segunda Guerra Mundial – generando finalmente los legítimos Estados de Bienestar -, acrecentaron las oportunidades y fortalezas competitivas de millones de ciudadanos y ciudadanas para, ahora sí, con trabajo y esfuerzo, acceder con mayor libertad al mercado de masas y mejorar tanto su nivel de vida así como su posición social (hasta cierto límite). No obstante, dicha promoción o movilidad social y, por consiguiente, su mejoría económica, depende irremediablemente de una estructura social piramidal, cuya cúspide es inamovible y permanece constante, pero sí que permite ser ensanchada en su base en períodos de crisis, por ende, obliga a competir de manera sangrienta al que desea, ya no sólo destacar y tener éxito en la vida, sino, también, al que sólo desea o procura sobrevivir. De hecho, la promoción continuada de este sistema (alentando a la gente a la codicia y a sobrevivir en la competencia y en la guerra constante para acceder al mercado) junto la actual tendencia a la expulsión y exclusión de millones de ciudadanos y ciudadanas (debido a la propia inercia del sistema productivo actual y a su propia fuerza centrífuga que incrementa las desigualdades y la concentración de las riquezas), genera ya los condicionantes para, paradójicamente, legitimar aún más dicho sistema. Es decir, la generación de conflictos sociales, guerras entre los Estados, conflictos intrafamiliares, personales, las autoagresiones (suicidio), conflictos inter-clases e intra-clases sociales, etc., son, además de mecanismos propios para el mantenimiento económico del sistema, motivos ideológicos, dogmáticos o filosóficos utilizados por aquellos que quieren legitimar la desigualdad como un mecanismo de orden y de control, concluyendo poco menos que “el hombre es un lobo para el hombre”, por lo que se hace legítimo, como dogma religioso, que deba existir algo o alguien (Estado y el Mercado como agentes reguladores y autoreguladores de las pulsiones humanas) para controlar al pseudoanimal que llevamos dentro.
Seguir a estas alturas de la película con que el problema de la desigualdad consiste en un problema de actitud (esfuerzo, trabajo y adaptación), no deja ser más que otra religión, una idea que se legitima y se naturaliza sin reflexión, socializando así, la autoculpa y la indefensión de todos/as aquellos/as que no consiguen el éxito o la supervivencia que se espera de todo ser humano, de cada colectivo, de cada país. Lo cierto es que ya es un hecho contrastado científicamente, que este sistema globalizado está guiado por la siguiente frase: “para que unos engorden, otros tienen que adelgazar”, otra cosa bien distinta es que se construyan corrientes de pensamiento que legitimen esta necesaria desigualdad masificada y tan extrema (el 1% contra el 99% de las personas del mundo) para así seguir justificando tremenda locura e injusticia que, si no hacemos algo para ponerle freno acabará, no sólo con nuestra posibilidad de ser libres y felices (sin teatros y dramaturgias sobrejustificadas), sino, también, con todo lo que conocemos y hemos conocido.
Al final, todo es educación, incluido la libertad, la verdadera.
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