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Ago 27, 2015 fenomenosocial Colaboradores, Economía Internacional, Opinión 0
➡ Luis Rivero Afonso |Escritor & ex-abogado|Opinión & Economía 2015
La crisis griega está resultando sumamente instructiva. Hasta ahora, ha puesto en evidencia algunas falacias que los defensores de la austeridad, a fuerza de repeticiones, convirtieron en dogma de fe. Hay que reconocer que desde el punto de vista de la eficacia en la comunicación, la elección del nombre –austeridad– para referirse a esta nueva doctrina político-financiera, es todo un acierto. Si lo que pretendían era penetrar en los sustratos más recónditos del inconsciente colectivo para amoldar los cerebros al dogma neoliberal, lo han conseguido. El término hunde sus raíces etimológicas en la antigua teología cristiana. Ya San Agustín predicaba la austeritas como modo de sumisión de los sentidos y las pasiones humanas. La persona austera no se da concesiones al placer ni al lujo y se ajusta con rigor a las normas de la moral.
La doctrina política de la austeridad ha cristalizado en la exaltación de las virtudes del renunciante que somete a severas restricciones los servicios públicos y se aparta de lo que considera prodigalidad en los gastos sociales. La austeridad se lleva como el cilicio ceñido a la cintura para la mortificación del cuerpo; como si expiásemos algún “pecado”. Removiendo un sentimiento de culpa colectivo heredado de nuestra tradición judeocristiana que los teóricos de la austeridad moderna han sabido explotar muy bien. Hasta casi hacernos sentir compunción por disfrutar de derechos sociales.
El recurso semántico a la teología antigua no es un hecho aislado ni parece casual, lo confirman otros latiguillos como: rigor, sacrificio, déficit…, que repiten insistentes quienes predican la sobriedad en los asuntos públicos, pero no sufren en carne propia las consecuencias.
La experiencia griega viene a desmentir un dogma difundido a través de la pedagogía de la insistencia, esto es: “el euro es un camino sin retorno”. Pues resulta que no. Por primera vez se contempla la posibilidad de salida de la eurozona de un Estado que, como casi todos, entró en ella por la puerta trasera de la democracia. Es decir: sin explicaciones ni consultas al pueblo. Frau Merkel y su guardia pretoriana, con boato apocalíptico, se han encargado de aterrar a los ciudadanos con las penalidades que esperan a quienes osen abandonar la zona de “seguridad”; aunque la presunta seguridad signifique sufrimiento.
Podrá tacharse de ambigua la posición del gobierno griego respecto a una cuestión clave: permanecer o abandonar la eurozona, (esta es la madre del cordero). Así y todo, el pueblo griego ha dado una lección de democracia (que para eso la inventaron) al no dejarse intimidar por las amenazas veladas ni ceder a la coerción a que ha sido sometido sistemáticamente.
Lo que subyace en todo esto es la arquitectura de un sistema monetario que quiebra los principios democráticos, favorece los intereses de las grandes entidades financieras y empieza a mostrar síntomas de resquebrajamiento. El temor de la troika no es otro que se escuche la voz de los pueblos. Y es que esta experiencia no ha sido muy alentadora para ella.
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