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Jun 04, 2015 fenomenosocial Conductas, Filosofía, PORTADA1, Sociología 0
➡ Alejandro Caballero | Sociólogo y estudiante de psicología | 2014
La casi imposición de la felicidad gratuita, o el falso «pensamiento positivo» al que actualmente estamos siendo sometidos, despreciando las percepciones objetivas y los contextos de precariedad socioeconómica reales que padecen los receptores de los mensajes positivos constantes, no son más que un mecanismo de control utilizado por terceros (acomodados, élites, empoderados…), que, aparte de que les sirve para evadirse de sus realidades más cercanas y la de sus conciudadanos, ayudan a infligir parálisis total a las personas que padecen y sufren de contextos socioeconómicos precarios. Su finalidad es evitar posibles revueltas, manifestaciones y revoluciones, además, con efecto colateral, seguir sacando tajada empresarial de los fans de la caridad.
Esta supesta «ciencia positivista” está reconviertiendo a las personas que deberían estar “luchando” por sus vidas y sus tan necesarios congéneres -en un contexto de crisis social y de valores, de desigualdad, con un modelo productivo inaccesible para muchos, injusto, terriblemente competitivo y corrupto (sin juego limpio)-, en seres anodinos, acríticos, entregados y consumidores pobres pero sonrientes, casi obligándolos a que acepten sin discutir y sonriendo todo los que les venga, tanto de los ambientes externos (políticos,sociales, culturales, económicos, religiosos, etc), como de su ambiente interno (mentales o psicológicos).
Pero lo cierto es que los ciudadanos que se están quejando, no es porque hayan sufrido de catástrofes naturales (terremotos, ciclones, etc), accidentes, o porque padezcan ciertas enfermedades y demás, es decir, todo aquello que no se puede controlar (resiliencia), sino por aquellas circunstancias que sí que se pueden controlar, en las que se puede proponer, criticar, participar e involucrarse para cambiar lo que les está haciendo daño en un entorno socieconómico eminente y enormemente desigual, por culpa de la gran estafa económica y financiera global.
A falta de religión en tiempos “modernos”, y partiendo de la idea básica de esta pseudociencia en la que se dice que «todos los seres humanos estamos trastornados psicológicamente desde un punto de vista biológico y genético, que todo está en nuestra mente y demás», nace “el positivismo absurdo” como pseudociencia, una más que se une al carro para la venta de «Fe» y «Esperanza» en lo que ya no funciona, pero que ya acumula una gran importante suma de beneficios entre libros de autoayuda, Coaching, talleres, conferencias, etc. Todo ello sin contar la utilización de esta pseudociencia para el mercadeo de diferentes productos y servicios en la publicidad, en el marketing emocional y demás majaderías. También lo hemos podido ver en los diferentes slogans para estas últimas elecciones de muchísimos partidos de ultraderecha, derecha moderada o centro derecha, por ejemplo; «Localidad + en positivo».
Evidentemente, esta pseudociencia no va dirigida exclusivamente hacia las personas que padecen o sufren de diferentes vicisitudes en la vida, por supuesto que no, ni siquiera es su público mayoritario –no lo podrían pagar-. Sobra decir que cada uno conoce muy bien lo que padece y sufre, saliendo del paso como va pudiendo, y según las “las herramientas”, formación, recursos, ahorros y redes sociales que podamos tener. Todos los individuos tenemos una predisposición genética para sobrevivir, para ser positivos y optimistas, y si la felicidad se convierte en una variable importante para seguir viviendo, todos y cada uno de nosotros estaremos predispuestos a ello, aguantando, incluso, lo inaguantable.
Ahora bien, el pensamiento positivo es una moda, una corriente social, especialmente un modelo de pensamiento muy a la par de un modelo productivo y social concreto. Esta pseudociencia no pretende alentar a los que están tristes por sus circunstancias socieconómicas, más bien, va dirigido , esencialmente, a los que no padecen de estas peculiariddes socioeconómicas, es decir, a los “salvados del sistema”. Es a esa clase media superviviente (y clase alta), a la que se les instiga, desde esta “ciencia positivista”, que no deben pararse ni un segundo a empatizar sobre de las desigualdades endémicas que toleran y necesitan las sociedades neoliberales, y que sufren y padecen sus vecinos o conciudadanos objetivamente.
Sólo basta con sonreírles y recordarles que sean felices, que no sean unos amargados, sin discernir si esa persona sufre o no un trastorno psicológico o si sus peculiaridades socioeconómicas son dignas de crítica y manifestaciones públicas y masivas. Si acaso, si la empatía natural humana requiere en algún caso la acción de estos individuos a favor de sus conciudadanos «pobres y amargados», siempre habrá ONGs o instituciones para la compra-venta de moral a través de la caridad, justo otro de los típicos mecanismos de control propio de las sociedades neoliberales, incluso, con una caridad tremendamente organizada y con grandes despliegues e infraestructuras que les cercena la dignidad, ahora ya, a miles de personas y familias. Aparte, como bien es conocido ya por una gran mayoría, las ONGs se convierte en un gran «moustro caritativo» al que hay que darle de comer a sus asalariados (trabajadores de la ONGs), antes que facilitarle los recursos a las personas por las cuales se fundó dicha fundación, plataforma, asociación u ONG.
Porque se les necesita, y se les necesita felices, sobre todo para que no paren de consumir –incluso endeudándose-. Prometiéndoles y asegurándoles (en la publicidad y en el marketing emocional) que la felicidad seguirá existiendo en la compra de útiles (productos) como en las sensaciones (servicios), en el que las únicas elecciones en la vida se limitan a elegir en qué subterfugio espiritual y material nos podemos acomodar, evitando así nuestra responsabilidad con terceros o con el resto de la sociedad, es decir, los no consumidores o –supuestamente- los amargados. A cambio de esta felicidad gratuita, se les aconseja que no haya quejas, que acepten el despropósito actual sin calentar aún más el debate del origen de las desigualdades de las sociedades contemporáneas neoliberales. Mientras, otros, se dedican a absorber las vidas y el trabajo de los «pseudofelices», bajo los efectos de un efecto placebo (consumo) interminable e infinito hasta la muerta final, sin llegar a vivir, sin sentir ni prestar atención plena a la realidad que vive en cada lugar y en cada momento.
Decir a todo que sí, especialmente al juego sucio y corrupto, y siempre bajo una ética de bajo compromiso -sin preguntas, sin crítica y sin aprendizaje- son las principales premisas de esta pseudociencia que, si sigue extendiéndose y desarrollándose como lo está haciendo en la actualidad, acabará con la estructura de valores que hasta ayer construyeron todas las generaciones pasadas, teniendo que volver, todas y cada una de nosotras, a la selva de la que partimos, justo a la misma selva en las que estábamos amargados e infelices, porque no teníamos con quién compartir, más que nada, porque nos aniquilábamos para poder sobrevivir.
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