FECHA septiembre 16th, 2018 1:49 PM
Sep 16, 2018 fenomenosocial Noticias 0
FOTO:FS
…poseemos una capacidad cognitiva que ya la quisieran el resto del reino animal para justificarse, y enrollar, “mágicamente”, lo que creemos y lo que hacemos porque nos interesa para sobrevivir, especialmente, sobrevivir en sociedad y en un determinado grupo que nos provee de seguridad, protección e identidad.
Como adelantábamos en la introducción (aquí), para entender cómo una corriente social de pensamiento puede hacer que aceptemos a nuestro secuestrador y empaticemos con él, debemos entender en qué momento nos hayamos, cómo hemos llegado a esta modernidad líquida donde cohabitamos. Cómo es posible que la tendencia que es legítimamente aceptable, sea sonreír al que nos lapida, simbólicamente hablando.
Quizás, el concepto de “posverdad”, nos ayude a entender por qué las creencias, la mentira y el autoengaño tienen aún más fortaleza hoy que antaño. De esta manera podremos deducir por qué toda una sociedad o una comunidad se “rinde” tan fácilmente a los fenómenos sociales que les vienen impuestos, además, sin hechos.
Tal vez sea el papel que juega nuestra primera motivación innata; la mera supervivencia individual y la adaptación al ambiente, quizás, estrechamente ligada o asociada a nuestra necesidad de “creer” o confiar, en tono de fe, en nuestro grupo de iguales, sin necesidad de mostrar pruebas o el hecho mismo. Al mismo tiempo, poseemos una capacidad cognitiva que ya la quisieran el resto del reino animal para justificarse, y enrollar, “mágicamente”, lo que creemos y lo que hacemos porque nos interesa para sobrevivir, especialmente, sobrevivir en sociedad y en un determinado grupo que nos provee de seguridad, protección e identidad. Por tanto, nuestra necesidad de afiliación, como motivación secundaria, sea la que juegue un argumento fundamental en los siguientes párrafos que girarán sobre la posverdad.
En primer lugar…
…ante la muestra del «hecho» o la «prueba» en contra de la mentira o la creencia, seguimos prefiriendo la mentira, además, con mayor consenso social
El concepto “la posverdad” contiene un simbolismo conceptual y analítico muy descriptivo y cercano a los hechos tanto filosóficos, sociológicos (desde la sociología del conocimiento y de la ciencia) y sicológicos, que bien pudieran incluirse dentro de esa “modernidad líquida” en la que vivimos, esa sociedad que analizaba el sociólogo Zygmut Bauman, uno de los intelectuales más influyentes de este siglo (hablaremos sobre ella).
Dicho concepto, “la posverdad”, ya ha sido incluso incluido en el diccionario de Oxford (post-truth), y reza así; “se resume en que la apariencia de los hechos es más relevante que los hechos en sí, aunque este tipo de creencias nos lleve a una falsedad. Un eufemismo moderno de la mentira de siempre”.
Entonces, considerar la «posverdad» como un «nuevo» fenómeno social para nuestra época, no es debido a la propia difusión de la mentira, de las creencias, etc., en sí mismo, sino que ante la muestra del «hecho» o la «prueba» en contra de la mentira o la creencia, seguimos prefiriendo la mentira, además, con mayor consenso social.
…la anarquía informativa que se comparte en las redes sociales, junto las “fake news”, donde la reflexión, la atención plena, el pensamiento crítico y pausado, se rinde ante lo inmediato, la información jibarizada en un simple titular sensacionalista y actual, más nuestra necesidad innata de aceptar cualquier tipo de información que reafirme nuestras creencias e ideologías, aumenta aún más el problema.
Sin adentrarnos mucho en cómo se difunde el conocimiento y la ciencia, y qué tipo de lenguaje utiliza (luego lo haremos), podríamos concluir que existe más posibilidad de adquirir conocimientos e información más fácilmente que hace cincuenta o treinta años. Hoy, quizás, siendo un poco demasiado atrevido, cualquier persona con cierta curiosidad en las ciencias, en la literatura y en las artes, podría convertirse en el próximo premio Nobel en cualquier materia sin haber pasado jamás por una universidad, justamente por la casi infinita amplitud de conocimientos que se “ofertan” «gratuítamente» vía internet. Eso sí, nuestro supuesto, aventurero y ficticio premio Nobel, debió tener unos principios básicos conceptuales y de conocimientos generales básicos para poner en marcha su curiosidad, creatividad, su genialidad, aunque siempre haya algo de natural en estas capacidades (la curiosidad y la genialidad).
Es muy probable que la educadora, pedagoga, científica, médica, psiquiatra, filósofa, antropóloga, bióloga, psicóloga, feminista y humanista italiana, María Montessori, fuera una adelantada a su época, y que fuera la primera intelectual que diera con la fórmula pedagógica idónea para desarrollar nuestro potencial intelectual y creativo; asociando conocimientos básicos, el juego y la creatividad individual.
Sin embargo, la genialidad, a pesar de internet, sucede menos de lo esperado. Lo cierto es que no nos encontramos con cientos de genios por la calle, a pesar que todos ya vamos absortos mirando pegados las pantallas de nuestros móviles con acceso a internet, la mayor biblioteca conocida por la humanidad. Quizás, porque tanto en la educación primaria como secundaria, no sólo nos han intentado «incrustar» conocimientos mediante un embudo enclaustrado y adherido al esófago, conocimientos que nos tendríamos que tragar y memorizar porque sí -aun valorando la importancia de memorizar y el propio contenido de dichas materias-, sino que eran conocimientos sin vida, sin juego, sin emociones y funciones conocidas. De hecho, sigue siendo más probable que una persona que haya pasado por la universidad en cualquier especialidad científica, se rinda ante el caos y las creencias a la carta que brinda las propias pseudociencias, especialmente vía internet, junto con esos medios digitales que simplemente tratan de captar la atención de los consumidores de información con titulares sensacionalistas e información falsa, o falsa ciencia.
Si a esto le sumamos el caos, la anarquía informativa que se comparte en las redes sociales, junto las “fake news”, donde la reflexión, la atención plena, el pensamiento crítico y pausado se rinde ante lo inmediato, la información jibarizada en un simple titular sensacionalista y actual, más nuestra necesidad innata de aceptar cualquier tipo de información que reafirme nuestras creencias e ideologías, intereses y demás, aumenta aún más el problema. En internet hay respuestas casi infinitas para todos los gustos («creencias a la carta»), incluso mostradas por categorias («los diez más…», «la diez causas de…», «las ocho verdades sobre…»,»el top de…»), incluso, respuestas mostradas sin la necesidad de que surja a priori la pregunta. Ejemplo de esto, las redes sociales, en las que «compramos» titulares y «fake news» que, aparte de porque nos parece que están echas a medida para sobrejustificar nuestros intereses, deseos, creencias e ideologías, también por el vínculo afectivo o de otra índole (otros intereses en la relación) que tenemos con el que comparte, a pesar de no ser un experto sobre lo que comparte. Sin embargo, hay una ausencia total de preguntas, de duda, de desconfianza, de curiosidad, de ganas de aprender para conocer un poquito más sobre el infinito cosmos de «la verdad».
En esta modernidad líquida, con cierta percepción de que nos falta tiempo para hacer y conocer tantas cosas (cuestión de expectativas, con atribuciones sociales estrechamente vinculadas al éxito puramente económico para su inversión social a través de redes sociales digitales o no), preferimos invertir el tiempo para “estar en todo pero sin estar en nada”, o creer que lo “conocemos todo sin conocer nada”. Quizás, dichas expectativas, puedan estar asociadas a la conquista de esa sociedad del éxito, vinculada muy estrechamente a la sociedad de la competencia hasta la neurosis, con conocidos y altísimos casos de estrés y ansiedad, justamente por la necesidad de querer controlarlo todo fácil y rápidamente.
Mientras, en lo popular, en la conciencia colectiva y en las discusiones para las relaciones diarias de la vida cotidiana, dichas falacias, mentiras y engaños, etc., se mantienen, se protegen, además, se reproducen de manera exponencial, mientras que las verdades parciales o las grandes verdades van perdiendo fuerza a costa de éstas.
Es por esto que el concepto de posverdad contiene tanta fortaleza descriptiva, porque, teniendo la verdad al alcance de todos, o alguna verdad parcial, quizás muy contextual y con cierto dinamismo y con una duda continuada, aún seguimos prefiriendo “las creencias a la carta” que nos permita, quizás, simplemente sobrevivir, sobrevivir y defender el grupo que nos provee no sólo de lo material, sino también de afecto, seguridad e identidad individual (para algunos) y colectiva.
…“la verdad” se nos presenta dictatorial, poco empática y tremendamente crítica con nuestras conductas, biografía, ideología y nuestras actitudes asociadas al propio contexto socio-histórico, cultural y económico en que nos pudiéramos hallar. La verdad parece ser siempre injusta para nuestra historia, o la historia de nuestros más allegados, especialmente cuando se nos instiga a sobrevivir de una determinada forma en sociedad y a cualquier precio.
La creencia, a pesar de poder estar fundamentada sobre infinidad de falacias, nos es tremendamente funcional desde el punto de vista psicológico así como socialmente. Es decir, no es muchísimo más práctica psicológica, moral, ética, económica, cultural y socialmente (aunque siempre sosteniendo con pinzas “la creencia” de que somos morales, éticos y económicamente justos ante otros grupos…), porque contiene cierta posibilidad de elección, por lo menos, más que esa verdad que nos viene impuesta, por muy “justa” de hecho que sea. Se evita así, por ejemplo, “activar” la culpa, ese doloroso sentimiento hacia el dolor del prójimo, derivado de nuestra empatía natural y del reconocimiento de que algo tenemos que ver con el dolor ajeno a causa de nuestra ignorancia, error incosciente, o conscientemente para salvaguardar nuestros intereses.
Lo cierto es que “la verdad” se nos presenta dictatorial, poco empática y tremendamente crítica con nuestras conductas, biografía, ideología y nuestras actitudes asociadas al propio contexto socio-histórico, cultural y económico en que nos pudiéramos hallar. La verdad parece ser siempre injusta para nuestra historia, o la historia de nuestros más allegados, especialmente cuando se nos instiga a sobrevivir de una determinada forma en sociedad y a cualquier precio. Para ello, activamos la sobrejustificación, y buscamos ávidamente acólitos (con las mismas carencias) que asienta, institucionalizasen, naturalicen y difundan nuestras sobrejustificaciones, porque, lo crean o no, el consenso social difuminará al hecho a favor de las nuevas creencias que legitimarán, por ejemplo, la destrucción de nuestro competidor o competidores, quizás, más competentes y que se sostienen sobre el hecho.
Justamente por ello, porque “el hecho” o la “verdad” nos viene impuesta, nos es extremadamente difícil ajustarla a nuestra propia percepción del mundo en el que vivimos o a nuestra estructura de creencias, lo que nos impide justificar, en tono de “verdad” y con pruebas, desde lo más simple de nuestros deseos más primarios o primitivos, la relatividad que percibimos y “tocamos” del mundo social y cultural, etc., hasta nuestro propio “Insight”
Para entender, comprender o empatizar con los asociados a la posverdad, debemos hacer hincapié en el hecho de que cada persona construye su identidad, su personalidad tanto de lo que percibe de su ambiente exterior (físico, social, cultural, económico e ideológico) así como de su propio ambiente psicológico, junto la “dependencia”, aunque casi siempre latente, de su propia genética. A priori, todos y cada uno de los seres humanos que pueblan la Tierra, consideran sostener la verdad o estar cerca de ella (además de creerse muchísimo más inteligentes que la media), sólo por el hecho de poder percibir, emocionarse y pensar (que no es poco), repito, a priori.
En el trascurso de la vida, con la interacción de dichos “ambientes”, construimos estructuras mentales, creencias, etc., que nos permiten tener conciencia de nuestra propia existencia, así hasta construir una identidad propia que nos permita desenvolvernos de manera más o menos “eficiente” en nuestro entorno o ambiente; en la sociedad, en una comunidad o en un grupo de iguales. Nos adaptamos al grupo con una cultura que nos “provee” de identidad, normas, reglas, idearios, dogmas, costumbres y valores (variables que cohesionan al grupo de iguales, por muy alejadas que estén dichas variables de la «la verdad»). También nos circunscribimos en esas subculturas satélites (que giran en torno a la cultura general) en las que nos sentimos aún más incluidos, tan incluidos, protegidos y aceptados como para tener una vida mental medianamente sana o con sentido. Por lo tanto, el animal primitivo que todos llevamos dentro, no sólo legitimará la verdadad que se nos presenta impuesta desde que nacemos, sino que la defenderemos a capa y espada si alguién hoza meter el hocico en nuestras creencias, intereses, biografía individual o de grupo.
Al mismo tiempo que dicha inclusión en un grupo de iguales nos permite sobrevivir, no quiere decir que no entremos en conflictos por tener intereses contradictorios o en competencia con otros grupos, ya sea por los recursos o el territorio, o, más concretamente, por el empleo (por cierto tipo de empleos), por la vivienda social, por las prestaciones sociales, por la sanidad y la educación o por los espacios públicos.
Ante estas circunstancias, que surja un conflicto entre dos grupos sociales tremendamente estereotipados y cargado de prejuicios, por ejemplo, un grupo poblacional denominado clase baja o media-baja, o simplemente, población nacional (que incluye clase media y alta), y otro grupo poblacional denominado inmigrantes extracomunitarios, podríamos pensar que el conflicto desaparecerá cuando se exponga las pruebas y los hechos ( además de los «hechos éticos», los hechos jurídicos que se ejecutan de hecho), por ejemplo; la Ley de Extranjería, la Ley Laboral y la Carta Magna de los Derechos Humanos.
Sin embargo, como ya sabrá, el conflicto no sólo no desaparecerá, sino que se acrecentará. Justamente, porque ambos grupos sociales, que forman en realidad un sólo grupo social, el grupo de los excluidos, identificarán al otro como el culpable de su desprotección social o de las expectativas individuales o colectivas no cumplidas, especialmente el grupo de nacionales. Antes de aceptar que «el enemigo siempre estuvo en casa» por parte de los nacionales, justamente porque se presupone que se comparte identidad, nacionalidad, constumbres, normas y valores colectivos, preferirán «echar a los leones» a los de su misma condición, a los desprotegidos, creyendo que los harán más competitivos para conseguir los recursos que de hecho son escasos.
Pero antes de criminalizar al grupo de nacionales por sus conductas y actitudes colectivas poco humanitarias, humanista, poco éticas y antimeritocráticas, quizás, con el único objetivo de sobrevivir, de incluirse y de vivir según las expectativas y formas de vida que se aseguran, se venden y se publicitan sólo por el hecho de vivir en determinada sociedad o territorio, deberiamos comprender qué es lo que les hace redirigir sus frustraciones, sus tristezas, la causa de sus pobrezas y angustias hacia el desprotegido y al mayor de los marginados, a los que luchan por la vida o la muerte.
Antes de que surja el odio y la legitimación colectiva para intentar excluir al otro y obtener créditos mayores que los están en peores circunstancias sociales, jurídicas y económicas, deberíamos saber quién ha puesto la semilla del odio, el asco, la rabia y la estupidez en la comprensión del otro igual de otra cultura o nación. Sin duda, ciertos medios, con su estrecho vínculo con el poder político y su posverdad, otra vez, vuelven a poner «la maquinaria del fango» en funcionamiento -como nos advertía el filósofo y escritor Umberto Eco – para enfrentarnos entre nosotros y los excluidos, sin poder advertir de dónde realmente nos vienen los «cachetones».
Justamente por ello, porque “el hecho” o la “verdad” nos viene impuesta, nos es extremadamente difícil ajustarla a nuestra propia percepción del mundo en el que vivimos o a nuestra estructura de creencias, lo que nos impide justificar, en tono de “verdad” y con pruebas, desde lo más simple de nuestros deseos más primarios o primitivos (falta de ética, empatía, etc), la relatividad que percibimos y “tocamos” del mundo social y cultural, etc., hasta nuestro propio “Insight”. También lo que pensamos o racionalizamos de manera más compleja.
A pesar de que la realidad pueda ser refutada con hechos, dichas estructuras mentales forman parte ya de nuestra identidad y personalidad, quizás, estrechamente ligadas a nuestro sentido de la espiritualidad (religiosidad), de cómo concebir la política (ideología), una simple sobrejustificación recurrente para defender nuestros intereses económicos y sociales con la que obtenemos ventaja social.
La demostración de la verdad con pruebas, o la constatación de cualquier hecho que se nos exponga como irremediablemente fuera de crítica, justificación, o con una racional demostración de alternativas, no nos impiden que sigamos intentando salvar “todos los muebles de nuestra mente”, que han sido tan «laboriosamente» asentados o construidos en el trascurso de nuestra vida, o consciente o subconscientemente.
A pesar de que la realidad pueda ser refutada con hechos, dichas estructuras mentales forman parte ya de nuestra identidad y personalidad, quizás, estrechamente ligadas a nuestro sentido de la espiritualidad (religiosidad), de cómo concebir la política (ideología), o a una simple sobrejustificación recurrente para defender nuestros intereses económicos y sociales con la que obtenemos ventaja social. Defendemos nuestra visión del mundo como si tuviera algo que ver con una «realidad generalizada», protegemos esas maneras con las que interactuamos en sociedad que siempre supusimos y creímos que fueron verdad, hasta el punto de su naturalización, como si formara parte de la propia naturaleza humana o tuviera un carácter universal. Aunque sea incierto, justamente por la infinita variabilidad que se suele dar en la interacción social en una determinada cultura, en un determinado punto del planeta Tierra, en una determinada habitación de un psiquiátrico, seguimos creyendo a pie juntillas en lo nuestro, en nuestra verdad interesada.
Lo cierto es que ni nuestra mente, o más concretamente nuestro cerebro -biológicamente hablando-, no ha evolucionado adaptativamente para descubrir la verdad ni los hechos, más allá de que también poseamos una afanada motivación para ser curiosos, empáticos, justos y creativos. Una u otra cosa, dependerá, sin lugar a dudas, de la inteligencia, y más concretamente, de la inteligencia emocional. Más bien, nuestro cerebro y nuestra mente, en lo más básico y primitivo, pretende simplemente adaptarse, sobrevivir y evolucionar. Adaptarse, sobrevivir (incluido nuestro instinto de procrear y así extender nuestra genética) y, especialmente, evolucionar, como objetivo, expectativa, éxito o recompensa social, puede no tener nada que ver con un desarrollo exponencial de nuestras capacidades consideradas como positivas, como la inteligencia, la capacidad de aprender de nuestros errores, la capacidad de ser empáticos, éticos y sociales. Quizás hoy, evolucionar, adaptarse y sobrevivir, signifique justo lo contrario y cuyo efecto sea nuestra propia extinción, aunque, sin duda, aún se siga intentando construir para el conocer, el aprender, para empatizar con el otro, para el mérito, el esfuerzo y el trabajo, aunque sea como reducto de lo quisimos ser y no logramos ser.
Por este motivo, es muy difícil que, incluso tras la demostración de un hecho, uno acepte matar a su “yo”- simbólicamente hablando- porque contradiga a la “prueba” misma, mucho menos en la exposición de una prueba o un hecho que se sitúa en el propio ojo del huracán de “la posverdad”, por muy cierto que sea el hecho o la prueba.
La mentira, el autoengaño y su posterior sobre-justificación racional, es un mecanismo psicológico primitivo, casi mecánico y universal, que mejora nuestra supervivencia y adaptabilidad, más aún en ambientes sociales en continuo cambio, relativamente hostiles, competitivos, crueles, críticos y con altísimos grados de desigualdad, donde se premia justamente dicho mecanismo de autodefensa. Se trata de evitar la culpa, el dolor, la tristeza o el sufrimiento que le sobreviene o supera al individuo al que ya le superan la compresión de los propios hechos ambientales, pero que, al mismo, y aunque parezca contradictorio, no le permiten observar objetivamente, analizar, aprender, sentir, empatizar, reflexionar sobre los hechos que le son impuestos, capacidades humanas que son indispensables para la supervivencia final en la vida cotidiana real.
En definitiva, aunque en nuestro consciente más presente, empático, reflexivo, moral y ético de nuestro día a día sobreviva la idea de idolatrar “la verdad”, “la justicia” y la “buena voluntad”, y, al mismo tiempo, rechazar la mentira, lo injusto y lo considerado como cruel, inmoral, criminal o delictivo, sin embargo, aprobamos la mentira y lo injusto, y despreciamos el hecho sin nos conviene para nuestra supervivencia, aunque sólo intente salvaguardar nuestra supervivencia mental, para salvar esas estructuras mentales que ahora conforman nuestro propio “yo” y, quizás, para salvar a nuestro grupo social que nos ha regalado de identidad, reconocimiento, poder y status.
La gran mayoría humana solemos codificar la justicia, la verdad y la maldad bajo nuestro sistema o estructura de creencias -o individuales o colectivas (del grupo al que creemos pertenecer)-. También, bajo criterios o filtros que incrementen nuestro bienestar, placer o disfrute individual, o para mejorar la cohesión al grupo al que creemos pertenecer, aunque ello conlleve la degradación de los derechos de otros, incluso, con cierta crueldad sobre los otros, por muy morales y éticos que nos reconozcamos dentro de cada grupo al que creemos pertenecer.
Y lo hacemos, no pensando que lo nuestro sea lo mejor ante otra serie de alternativas, lo hacemos pensando que es la única verdad, lo único que está basado en hechos (aunque incierto), o sujeto a cualquier otra cosa, idea o imaginario. Esto lo hacen todos o la gran mayoría de grupos sociales humanos, también la gran mayoría de individuos que pueblan la Tierra, y los que no, los que no aceptan estas maneras para hacer que la psiques perduren a cualquier precio, las propias, las individuales o las colectivas o de grupo, suelen ser repudiados y marginados de los grupos en los que se pretendía ser incluido, quizás, ser incluido para sobrevivir.
Por otro lado, la degradación de los derechos y libertades de otros, como adelantábamos, serán justificados de cientos de maneras a través de diferentes mecanismos psicológicos o mentales, así como a partir de legitimados constructos sociales y culturales que han sido legitimados y ampliamente aceptados por consenso social para cada grupo, con ciertas normas, costumbres culturales, idealizaciones de sistemas simbólicos de valoración (valores), sociales, económicos o ideológicos, etc., tratados siempre como verdades absolutas, normales y naturales, como propias del ser humano, como hechos naturales.
Todo este sistema sólo era posible si sujetaba sobre la comprension y la empatía, también sobre la creencia del mérito, el trabajo, el esfuerzo y la reciprocidad, que a priori, eran sentencias que cualquier color político, por muy extremas que fueran, serían aceptadas. Quizás faltó un solo concepto, la ética. O dos, la ética y la responsabilidad. O tres, la ética, la responsabilidad y la reciprocidad.
Si ser curiosos, generosos, honrados, si estuviéramos predispuestos a aprender de nuestros errores y culpas, si intentáramos desarrollar nuestra empatía y la comprensión del mundo y de las biografías de las personas con los que interactuamos, y fuera propio de un «valor» propio de un sistema social, cultural y económico dado, que premiara o recompensara dichas actitudes (también naturales en el ser humano), y se convirtiera, pues, en la fórmula más probable de sobrevivir, es posible que tuviéramos que adaptarnos a este sistema para sobrevivir. Sin embargo, hoy, en la modernidad líquida, ocurre justo lo contrario.
No siempre fue así…
Aunque cueste reconocerlo de manera personal, el capitalismo más primigenio o “fetal”, convivió extremadamente genial -siempre mejorable y a pesar de sus contradicciones- con la filosofía humanista, con la meritocracia, con una legitimada política fiscal y redistribución de las riquezas públicas (siempre mejorables). Y aunque dicho sistema no regalaba nada a ninguna causa social, sólo a través de una encarnizada lucha social consciente y colectiva sobre los derechos civiles, raciales, laborales, feministas, ecologistas, sobre la educación, la sanidad y demás, abría las puertas para establecer el neófito «Estado de Bienestar y democrático» del que hoy conocemos en su degradación y menguamiento, pero fue el primer contrato social más desarrollado y eficiente de la historia de la humanidad, y el más o menos duradero. Siempre con la expectativa, en el imaginario colectivo, de que íbamos a ir evolucionando, progresando en lo social, en la compresión y en el entendimiento, y con tendencia a aumentar exponencialmente las inversiones públicas, no sólo por su rentabilidad social, sino por su rentabilidad económica derivada ( o agregada), posiblemente, derivada de la corriente económica Keynesiana.
Todo este sistema sólo era posible si sujetaba sobre la creencia del mérito, el trabajo, el esfuerzo y la reciprocidad, que a priori, eran sentencias que cualquier color político, por muy extremas que fueran, serían aceptadas. Quizás faltó un solo concepto, la ética. O dos, la ética y la responsabilidad. O tres, la ética, la responsabilidad y la reciprocidad.
Sin embargo, quizás, aún desconocíamos de las rarezas del ser humano, o, por lo menos, en un 50%, de sus tendencias de acumular, de ostentar, de brillar, de sus ansias de poder cuanto más baja era su autoestima y su ignorancia, de sus miedos al desamparo y a la soledad, de su necesidad monetaria o económica cuanto mayor era su necesidad de comprar lo que consume ese “igual” que ya era aceptado e idolatrado por ser único e inigualable, por sus méritos sociales, artísticos, creativos, laborales o por sus capacidades intelectuales, sociales, etc., propias. Eso de «ser» alguien sin «ser» para ser aceptado con galardones superficiales y no meritocráticos, atribuyéndose características como la genialidad, la inteligencia, la buena voluntad, etc., de otras personas copiando sólo lo superficial, las variables independientes que nada tuvieron que ver con su éxito social, pero que, sin embargo, una vez expuestas, hoy se vienen considerando como éxito, incluso, considerando como inteligencia emocional o social; el saber controlar, manipular y mentir bien.
Este año hace una década desde la caida o quiebra de Lehman Brothers, y el tornado de irracionalidad del capitalismo más asalvajado, ha dejado a su paso millones de víctimas en todo el mundo. Sin embargo, en los medios de comunicación de masas, dicho tornado se ha expuesto como parte de la «naturaleza» cicicla del capitalismo (y como es natural, nunca se pudo controlar), derivando así las culpas a las propias víctimas, porque ya deberían de conocer la sed infinita e incontrolable del capitalismo más asalvajado. Ha sido «un problema de actitud», comentan, lo mismo que se reza en la psciología positiva y de la toxicidad, un problema de actitud. Decían y siguen diciendo; «la gente o las familias han querido vivir por encima de sus posibilidades, muy por encima de sus expectativas de vida». Pero lo cierto es que las expectativas de vida se derivan de la confianza que se depositan al grupo al que uno pretende y cree pertenecer, en donde, por el supuesto estrecho vínculo cultural, social (si se quiere nacional, añádalo), económico y constitucional, mientras se cumpla con sus derechos y deberes, cualquier ciudadano pretende estar protegido y defendido no sólo del terrorismo islámico y «otras cortinas», sino de los propios psicópatas «de casa», así como del terrorismo financiero y psicopático internacional dedicados a las finanzas.
«El lenguaje nos ha «otorgado» la capacidad de mostrar nuestros pensamientos y emociones a otros y a nosotros mismos, de manera verbalizada, escrita o igual de codificada mediante la comunicación no verbal (movimientos, gestos o posturas), para describir, comunicar consciente o subconscientemente, de la manera más cercana posible, la realidad interna o externa»
Sin querer adentrarnos en demasía en este título, porque es extremadamente complejo y no me gustaría equivocarme mil veces, sería imperdonable ni siquiera nombrarlo o sin adentrarnos en la semiótica, en el estudio de signos y en la comunicación humana, y su importancia vital para la construcción del conocimiento y la cosmovisión del mundo. Como por ejemplo, en el estudio del conocimiento y ciertas corrientes de pensamiento, como la sicología positiva y de la toxicidad, que es en lo que nos va el “alma”.
El lenguaje, el «signo», la palabra y los conceptos, son como capsulas espacio-temporales que nos permiten clasificar, etiquetar y darle sentido simbólico a la realidad vivida de manera colectiva e individualmente en un momento dado. El lenguaje es dinámico, siempre en continuo crecimiento y evolución tras las apreciaciones percibidas del mundo más físico, pero también del social, cultural y psicológico (hechos y símbolos). Nos permite comunicarnos con los demás, pero también con nosotros mismos, lo que nos permite pensar, razonar, sentir e imaginar, así como mostrar las emociones humanas más vividas. A partir de ahí, generamos conocimientos, e incluso, inventamos nuevas “fórmulas” para emocionarnos (p.e: el teatro).
La codificación de la realidad a través del lenguaje y su sistema simbólico, no sólo nos ha permitido conocer anticipadamente de las realidades de nuestro medio físico, sino, también, anticiparnos por mera recreación imaginaria e intelectual, o por el conocimiento adquirido, de lo que dará de sí el futuro si se mantuviesen ciertas variables que se perciben en determinado presente. También, desde nuestra propia visión interna, percepción o entendimiento, podríamos construir, de hecho, una nueva realidad social. Por ejemplo, casi todo el mundo conoce la famosa frase que se repetía en el discurso de Martin Luther King, <<hoy tengo un sueño>>, en pro de los derechos civiles de los negros en los EE.UU.
Sin embargo, “un árbol es un árbol”, como diría M.Rajoy (ex presidente del gobierno de España) intentando naturalizar categóricamente algo que no se rigen por las mismas pautas, y lo hace mediante una asociación irracional sobre algo obvio y natural (aunque el concepto «árbol», también forma parte de una conceptualización y categorización humana), pero el concepto carretera, barco, burocracia, escuela, clase social, pensiones, subsidio por desempleo, incluso, un árbol en un parque en una zona urbana, etc., jamás existirían sin su sentido simbólico y su construcción socio-histórica de hecho, además, de algunos de estos conceptos, derivados de una lucha de clases también de hecho.
El lenguaje nos ha «otorgado» la capacidad de mostrar nuestros pensamientos y emociones a otros y a nosotros mismos, de manera verbalizada, escrita o mediante la comunicación no verbal (movimientos, gestos o posturas), para describir, comunicar consciente o subconscientemente, de la manera más cercana posible, la realidad interna o externa. Desde definir qué es un hecho o no, comprender lo positivo que ha sido para la evolución tanto para la construcción libre de nuestra propia mente, como la reflexión, así como para la construcción de las sociedades en las que interactuamos hoy en día. También, conocer que somos lo que somos por lo aprendido de unos y otros a través de infinidad de generaciones, a través de la transmisión de una serie de conocimientos, costumbres y valores, para, finalmente, llegar a convivir medianamente en paz en este último siglo que se ha construido entre miles de debates, guerras y conflictos. Y Como dato curioso, aunque parezca inaudito, hoy somos menos violentos. Y si nos parece inaudito es porque todavía, realmente, hay muchísima violencia, pero no deja de ser una percepción, colectiva o individual, bastante distorsionada del hecho histórico, posiblemente debido a las expectativas que tenemos sobre lo global, de lo que esperábamos para la propia evolución y desarrollo para las interacciones sociales y humanas, todo ello derivado, probablemente, de un aumento exponencial de la hipersensibilidad ante los casos violentos que se nos presentan en los medios de comunicación que siguen generando – menos mal- tanta alarma social.
En definitiva, el lenguaje ha sido vital para ser todo lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos.
Pero el leguaje no es un «instrumento» inocuo, y al igual que nos ha dado la capacidad de imaginar, de contar historias, de verbalizar o escribir para empatizar, conocernos mejor y colaborar, también nos ha otorgado el «poder» de elaborar mentiras para poder engañar, señalar y manipular al receptor y «objetivo» de nuestros intereses, y, sorprendentemente, engañarnos a nosotros mismos, quizás, también, para ser objetivo de nuestros intereses, deseos y adicciones.
El manejo de los códigos sociolingüísticos y su simbología es el mayor de los «poderes humanos», porque todo lo que pretendiéramos saber y conocer, e incluso para explicar la manera que nos emocionamos y pensamos – como ser conscientes de nosotros mismos- radica en el lenguaje. Aunque existan ciertos cambios en el lenguaje que nos vio nacer, aunque inventemos individualmente nuevos conceptos sobre nuestras realidades vividas, y aunque las compartamos con una colectividad en nuestra vida cotidiana, siempre habrá un infinito «cosmos» de «signos» y simbologías que se nos escapen de nuestra percepción, entendimiento o inteligencia. Y sin esos conceptos y símbolos asociados a los hechos o a nuestra biografía personal, ¿Cuál sería nuestra cosmovisión del mundo?
Los códigos o conceptos científicos se refieran a los hechos físicos, a los hechos sociales, culturales o a los hechos psicológicos, que contienen tan magnitud de complejidad, con tanta carga de simbología y holismo, que es imposible jibarizarlos hasta el entendimiento del más común en un tuit o un “meme” (o cualquier otra forma de expresión en las redes sociales). Sin embargo, es lo que se intenta hacer o es lo que se piensa– o es lo que se intenta mostrar como si ya estuviera hecho- para democratizar, supuestamente, el conocimiento y la ciencia y, colateralmente, la libertad individual. Es ridículo. Al igual que es ridículo convencer o dictar a alguien que sea feliz por que sí. Es ridículo pedirle, casi exigirle, que elimine su cosmovisión del mundo, que erradique los «signos» que le dan la capacidad de percibir, sentir y pensar sobre sí mismo y su ambiente, que sonría a pesar de que su entorno sea desigual, injusto, manipulador y nada ético. Se le está exigiendo que se enjaule, pero que siga cantando como un canario enjaulado, es decir, que nos parezca feliz para aquellos que lo observamos, especialmente, para despreocuparnos y dejar de lado el horroroso sentimiento de culpa.
En esta modernidad líquida, los conceptos son dados como aislados, simples, sin historia, sin vida y sin interacción de unos conceptos sobre otros. En resumidas cuentas, sin vida cotidiana,sin historia, sin biografia, sin la realidad como causa de otras realidades. Incluso, y debido a esto, se aíslan tanto, que un concepto social e histórico tan equilibrado, de lucha, democrático e igualitario como el concepto “feminismo”, sea visto, se simbolice y se piense como el concepto antagónico de “machismo”, y no como “hembrismo” u otros sucedáneos generados del propio patriarcado. Sobre el debate conceptual del «todas y todos», prefiero personas, seres humanos o individuos, ya que la división conceptual y simbólica traería consigo categorizaciones mentales difereciales (el remedio peor que la enfermedad), por lo que se naturalizarían y legitimarían (mentalmente) las diferencias sociales (roles y maneras) según sexo y género de las personas, desestimando si los roles sociales, identidades, estereotipos, prejuicios son causa de una construcción social construida históricamente por el patriarcado, o por un grupo de presión (cierta rama del feminismo) que quiere revertir el poder y el control social de un sexo o género -como grupo- sobre otro. En resumidas cuentas, ambos grupos intentando la naturalización para legitimar las diferencias individuales (psicológicas, roles o papeles sociales, personalidad, identidad, etc.) para legitimar las desigualdades sociales según sexo o género -poco menos porque se lo merecen- cuando no son más que un constructo social e histórico (o presente) de hecho . Si hubiera que hacer algún cambio al cómo nos refeririamos a todas las personas, a pesar de no ser lingüista, preferiría el «todas», refiriéndonos a «todas las personas», pero supongo que esta categorización, que veo como normal y natural, también está subordinada y extraída de la filosofía humanista.
>> https://t.co/VPxScgVPZy <<
«Aunque muchos padres siguen pensando que las diferencias provienen exclusivamente que sus niños o niñas entre en un colegio público o en uno de pago con «un sistema pedagógico más complejo y eficiente» (muy entrecomillado), los de pago o la educación privada, simplemente, les proveerán de ciertas redes sociales y económicas de hecho, más allá del conocimiento que vayan a adquirir».
La enseñanza de los códigos sociolingüísticos, los primeros pasos, provienen de la familia y del grupo de coetáneos. En resumidas cuentas, las primeras palabras, los primeros conceptos, la primera cosmovisión de la realidad provienen de las familias que, quizás, no quieren o no suelen tener acceso aún a los códigos más complejos, pero que reproducen en su prole una cantidad de códigos limitados u códigos sesgados. En el sentido más utilitarista del término, suelen mantener exclusivamente los códigos en los que se acepta la obediencia ciega a la autoridad; términos, conceptos y lenguaje completamente socializados en base a mantener la relación de poder y subordinación unos con otros, quizás, porque es lo que creen que les permitirá sobrevivir, porque son los códigos que creen que les permitirán relacionarse, conseguir afecto, sentirse seguros, arropados y queridos.
Ya sea por el sentido de no conocer otros códigos sociolingüísticos, por la aceptación forzada de inferioridad (sin acceso a…, sin socializar posibles alternativas o ambiciones), dependencia, gratitud, sumisión o adaptabilidad y supervivencia, por esa necesidad de sentirse incluidos aunque en la servidumbre…, ciertas clases sociales son socializadas con dichos códigos, los cuales tendrán una barrera infranqueable cuando se intenten ilustrar en la educación pública y gratuita , y no ya en la educación privada, con otros códigos sociolingüísticos menos complejos, pero alejados completamente de su realidad cotidiana, más centrados en las redes sociales que en el conocimiento.
Sobra decir que este es uno de los mecanismos de reproducción de clase más básicos, que no les permite la movilidad social vertical más esencial. Aunque muchos padres siguen pensando que las diferencias provienen exclusivamente que sus niños o niñas entre en un colegio público o en uno de pago con «un sistema pedagógico más complejo y eficiente» (muy entrecomillado), los de pago o la educación privada, simplemente, les proveerán de ciertas redes sociales y económicas de hecho, más allá del conocimiento que vallan a adquirir, porque son los códigos que se manejaran en la familia, como núcleo básico de reproducción social, los que delimitarán su cosmovisión del mundo más básico y práctico, porque son los que le proveerán de libertad de pensamiento, de autonomía y autosuficiencia, en definitiva, de libertad.
En todos los espacios sociales en los que interaccionamos en esta modernidad líquida, suele tener muy poco que ver la ética y la responsabilidad cuando la mano invisible del mercado se adentra de lleno, porque son los mercados o las élites tanto ideológicas como económicas los que hacen perdurar, o no, cualquier empresa, incluido esos medios de diferentes colores que solemos leer.
Si bien no hay ninguna asociación directa entre la complejidad con la verdad ni la mentira, si es cierto que los conocimientos científicos más estructurados y complejos no están al alcance de todos como quisiéramos por infinidad de razones (algunas relacionadas por el título anterior), pero también, tanto por causas intrínsecas al individuo como extrínsecamente al mismo. No las citaré aquí, dejaré al lector que piense sobre ello.
Sea como fuere, en la modernidad líquida actual se llega a simplificar tanto el conocimiento dado como verdad -para que pueda ser adquirido por todo el mundo, como los conocimientos y conceptos especializados-, que llega a parecer tener tintes de mera opinión, igualándose a los discursos y opiniones falaces, y como resultado, parecen tener la presencia de meros debates subjetivos de una y otra parte.
La tendencia en la divulgación informativa (con conocimientos vacíos o simplemente descriptivos y sin profundidad) está regida más por la rentabilidad que puede llegar a ostentar dentro de la lucha para ostentar los primeros puestos en el mercado de la información (prensa, páginas web o revistas especializadas en periodismo, psicología, medicina, sociología, etc.), que por el mero hecho de divulgar profesional, ética, responsable y altruistamente información, conocimiento y ciencia. De este modo, no es el hecho lo que se pretende divulgar como objetivo primordial, sino ajustar la información y el conocimiento que se divulga o difunde, a las creencias, intereses, etc., de los que demandan información para justificar lo que creen ya saber y practican de hecho.
Es decir, los medios que divulgan información se centran en la rentabilidad de sus publicaciones, y por ende, contarán lo que más se aproxime a la estructura de creencias de la mayor demanda, siempre en conjunción con la evitación de contradecir las pautas seguidas por las empresas que se publicitan en dichos medios, y así, todo el mundo “es feliz”…, por lo menos a corto plazo.
No es mera conspiración, sucede de hecho. Vea usted las pantallas en las salas de redacción donde se muestran los rankings de las noticias que más gustan o más disgustan. Sin decir nada más, qué pensará el redactor o periodista antes de escribir su siguiente artículo, mirando dicho ranking de noticias, sobre las más leídas o visitadas, esas noticias que supuestamente describen y se redactan sobre la realidad.
Si bien en este debate siempre estará la eterna pregunta; ¿somos los demandantes de información culpables por devaluar el valor o rentabilidad de los medios por nuestra demanda en creencias y subterfugios, o, por el contrario, son los medios, porque deberían regirse por un periodismo con una ética deontológica en la que todos deberíamos confiar desde el principio hasta el final, aunque nos entristezca, aunque nos alarmen, aunque nos muestren lo peor de nosotros mismos, aunque les retiren una publicidad o una subvención pública?
En todos los espacios sociales en los que interaccionamos en esta modernidad líquida, suele tener muy poco que ver la ética y la responsabilidad cuando la mano invisible del mercado se adentra de lleno, porque son los mercados o las élites tanto ideológicas como económicas los que hacen perdurar, o no, cualquier empresa, incluido esos medios de diferentes colores que solemos leer. Y vuelvo a repetir, sin pretensión de aupar las teorías de la conspiración (más adelante habrá un espacio argumentativo donde se ataca a las teorías de la conspiración y las pseudociencias). Pero sí hacer hincapié, otra vez más, en la necesidad de sobrevivir, incluso, los propios medios tradicionales donde le comprábamos “hechos” ,“verdades” y «lo que no se debería de contar», resultantes de las “””ciencias de la información”””, con triple entrecomillado.
En definitiva, hay culpables en ambos bandos. Los demandantes de información necesitan de informaciones y pseudoconocimientos que se ajusten a su estructura de creencias, y los medios de comunicación intentan agradar a los que financian y siguen al medio, y todo el mundo es feliz, a corto plazo.
El hecho científico, cada vez más, aunque moleste a los individualismos, aunque haya una infinidad de motivaciones- especialmente, ciertas motivaciones sociales o secundarias- que nos instigan a ser pretensiosos o diferentes, los seres humanos somos más iguales de lo que pretendemos aparentar, aunque, quizás, con “un mundo potencial” propio e inigualable. Pero lo cierto es que ocurre demasiado poco, a veces porque las personales geniales callan, siendo conscientes de sus limitaciones, o, a veces, porque los ignorantes se encargan de pagar buenas charlas con coachs de la “new age” para que les otorguen la justificación de que todo lo que pasa al mundo es un problema de actitud, de la actitud del otro, claro está, para infravalorar, amedrentar y marginar al primer grupo, grupo que suele aceptar con resignación.
Desde que apareció la teoría de la relatividad para la ciencia Física, parece ser que todo lo que tiene que ver con el ser humano es incierto, relativo o variable (pseudociencias o misticismo cuántico). Sí, pero no.
Que lo que percibimos y pensamos es relativo, y más concretamente del mundo social en el que vivimos, es un hecho tanto sociológico como sicológico, pero no por ser relativo deja de ser verdad, porque es sentido, vivido, y se rinde, cada una de ellas, a una lógica de variables causales, causalidades históricas o historias de vida particulares. Es decir, lo que ayer sólo fue un sueño, una creencia, hoy es un hecho, contradiga o no a lo que creíamos que era sólo producto de la propia esencia o naturaleza del ser humano.
En el análisis propuesto del mundo social de manera más extensa, que recoge todas y cada una de dichas relatividades, como hecho social y científico, no es tan relativo como intentan mostrar nuestras percepciones y razones individuales o identidades colectivas o sociales, culturales o ideológicas y, sin embargo, no deja de ser verdad. Esto que parece un trabalenguas o una simple paradoja, es justo la distancia científica que existe entre el sentido común y la ciencia (o la filosofía científica). Es decir, que sintamos o percibamos y pensemos el mundo de diferente manera es un hecho, al igual que es un hecho que mientras pensamos sobre el mundo en un contexto espacio-temporal concreto, dicho espacio-temporal contiene hechos en sí mismo (que sigue manteniendo su realidad la descubramos o no), hechos que habrá que descubrirlos, no inventarlos.
Es muy usual que para la psicología de moda, la psicología positiva, o la gente que lee sobre psicología gestáltica hasta convertirla en secta, o la cultura popular en rasgos generales, también para según qué ideología o el sentido común, entienda el concepto de relatividad como un hoyo vacío e infinito de “verdades relativas subjetivas o propias”. Que es ese lugar oscuro que nadie entiende, pero es ese lugar donde meter nuestras “cosas”, al mismo tiempo que pretendemos ir quitando las “verdades relativas ajenas”. O poco a poco, o de manera drástica, justamente para hacer del hoyo el hecho objetivo y sin discusión a favor de nuestra relativa subjetividad.
Sin embargo, la ciencia es capaz de demostrar que el hoyo es un hecho social en sí mismo, que siempre ha estado provista de infinidad de relatividades perceptivas en todo espacio y tiempo, por lo que sería recomendable que ninguna de esas relatividades se hicieran con el hoyo si queremos que el hoyo siga existiendo, y por consiguiente, nosotros, la humanidad.
Lo cierto es que la relatividad no es un concepto vacío libre de interpretaciones, contiene un significado demostrado, y significa que “no es absoluto”, que “está en relación con alguien o algo que se expresa”, o bien, en su segunda acepción, “que está en relación con alguien o algo que se expresa”, y añado, que depende siempre del espacio-tiempo.
Sin embargo, el sentido común, no sólo no se ha alejado de dicho significado (que la relatividad contiene hechos), sino que lo ha modificado hasta entender que se refiere justo a lo contrario, a un libre albedrio, en una especie de anarquía, libertinaje, subjetivo, individualista e interesado desprovisto de comparaciones, aprendizaje, culpa, debate, duda, reflexión y crítica, y que no sólo es la propia subjetividad una de las relatividades más válidas, sino que no importa todas las demás. Quizás, “porque hay un “yo” especial que nadie quiere entender”, o porque hay un “yo” que se oye sólo así mismo en un “porqueyolovalgo” o un “yomismo” infinito. Un constructo mental o biográfico desprovisto de crítica tanto interna como externa, una clase o «especie de seres humanos» que se autocategorizán y definen jerárquicamente por encima de los mortales, como personas “ autoelegidas” que se creen tremendamente especiales por mera recreación mental propia, evitando interacciones, sugerencias y debates con otras personas. No reprimen su autocomplacencia exagerada con otros, sobre sus capacidades que siempre son llevadas hasta lo paranomal o las pseudociencias en las que creen y/o practican de hecho, porque para afrontar la realidad parecen tener enormes carencias emocionales e intelectuales, pero lo suplen, en su imaginario mental, con poderes sobrenaturales (tanto sobre su ambiente físico, el social, en la salud, etc.). Se ha convertido en una filosofía de vida que se endiosa así misma, que carece de autocrítica, de madurez, que exige pero sin reciprocidad, sin ansias de aprender sobre lo complejo y lo que no entienden, que se agarra a lo fácil y a la trampa en un intento de controlarlo todo, pero con un empoderamiento vago en todos los sentidos. Lo exigen todo, todo lo que se les expone en publicidad, desde lo que le dicen que es los más grande, lo que le dicen que es lo más bello, con lo que se obtendrá mayor sexo, con lo que se comerá más y más barato, con lo que se vestirá y nos hará más guapos, ricos y listos, y lo que los hará más saludables siguiendo consumiendo mierdas. Y que hoy esto comience a ser un fenómeno social de masas, posiblemente sea efecto de esa modernidad líquida de la que tanto estamos hablando y hablaremos en el tercer artículo. Por lo pronto, un vídeo musical, que creo que lo define muy bien:
Se reconoce el contexto de la canción, que fue una canción liberadora y de ayuda para el grupo LGTBI en España y en algunos países de latinoamérica. Se entiende su simbolismo, que había que agarrarse a cualquier cosa, y a falta de cantautores/as que dijeran algo con sentido y contenido, se aceptó pulpo como animal de compañía. Siempre que sea interpretada así, porque la interpretación sociohistórica cuenta, genial. El voto es un sí.
Sin embargo, dicha canción, pocos años después, parece ser que ya no defiende a nadie, que se ha convertido en un himno para erradicar cualquier tipo de culpa, para sobrejustificar cualquier despliegue conductual «negativa» (las que hacen daño gratuítamente o irreperables) sobre uno mismo y sobre terceros.
El lenguaje o la letra utilizada en esta canción, puede ser utilizada de manera instrumental y legitimadora, no sólo para lo que significó en su momento dado, sino para cualquier otra cosa que no esperamos, porque la canción es simple, anodina y libre de interpretaciones.
Por ejemplo, al nazismo, especialmente sus líderes, también, posiblemente, no entenderían por qué a los judios, a las mujeres, a los homosexuales y a los negros les importaba tanto «lo que hacían o decían los nazis». Estoy seguro que Hitler pensaba, en su foro interno; «yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré», como si fuera algo positivo, el no aprender de los errores (más allás de las normas sociales convencionales, religiosas o ideológicas), despreciando el valor del aprendizaje, del conocimiento y de la empatía, eso que nos hace humanos. Lo cierto es que no es una canción liberadora que intenta «premiar» la libertad de la individualidad, la libertad de la orientación sexual, el libre pensamiento, la empatía, la comprensión y la tolerancia, la autosuficiencia o la autogestión, más bien es una canción-bolsa de basura donde sobrejustificar o empoderar cualquier conducta que se salga de la norma social (haga daño o no, sea empatica o no, tenga sentido ético o no, o esté penalizado por la sociedad o no) para los que se sienten culpables, especialmente aquellas personas que ya están controlando a los demás para su servicio, despreciando que se abastecen, en todos los sentidos, de todas, por lo tanto, sí que nos importa lo que digan y lo que hagan.
La canción premia más el individualismo que la individualidad, nada más, despreciando, completamente, si la norma tiene sentido ético o no. Esta canción vale tanto para afirmar las creencias en las que se sobrejustifica un psicópata asesino en serie, un bróker financiero que pueda hundir las finanzas de cualquier familia en cualquier páis del mundo, un cura pederasta de la iglesia católica, para que J.M. Aznar justificara el «Trio de las Azores» en la Guerra de Irak, que el Che Guevara decidiera desenfundar su ideología para eliminar a «las otras verdades», que Donald Trump y sus electores se sobrejustifiquen éticamente, o para cualquiera de otros de los fenómenos narcisistas o psicopáticos a los que ya estamos acostumbrándonos en esta modernidad líquida, pero con aún mayor consenso social en la «sociedad de los egos ciegos, sordos pero parlantes sobrejustificadores de culpas».
En definitiva, sobre individualidad y la lucha contra la pseudo-libertad programada, preferible a Friedrich Nietzsche, entre otros/as (Marx), más que Alaska. Pero claro, es más complejo, no es fácil, no se puede colgar en un “tuit”, un meme en faceboock o un vídeo de youtube de 60 segundos para que nos cambie la vida, para aprender sobre la libertad, la compresión, la tolerancia y la empatía. » A quién le importa «, es fácil, y vale tanto para un roto como para un descosido.
Una puntualización antes de seguir a través de algunas preguntas que se espera que hagan reflexionar sobre la canción que pondremos como ejemplo de la filosofía «porqueyolovalgo» o el «porqueyolovalguismo»: ¿Vives la vida en soledad como una persona ermitaña? ¿Eres autosuficiente, es decir, en el desarrollo de tu vida no has necesitado de acopio de recursos para tu subsistencia que han producido otros? ¿ No has necesitado de protección, de seguridad, de cariño y afecto de los demás? ¿No has tenido ninguna interacción con ninguna persona en la que buscabas tu propio interés y que te importara bien poco el resto o esa persona con la que interactuabas? ¿»Piensas» que todos tus errores y la culpa que se te reclama es sólo producto de la envidia a la libertad que crees poseer?
El hecho científico, cada vez más, aunque moleste a los individualismos, aunque haya una infinidad de motivaciones- especialmente, ciertas motivaciones sociales o secundarias- que nos instigan a ser pretensiosos o diferentes, los seres humanos somos más iguales de lo que pretendemos aparentar, aunque, quizás, con “un mundo potencial” propio e inigualable. Siempre con la premisa de «sin pasarnos de ego» en un extremo y «sin faltarnos el respeto» en el otro, pero ese equilibrio lo enseñan los padres, la empatia y la observación, ni la genética ni la escuela. Pero lo cierto es que ocurre demasiado poco. A veces porque las personales geniales callan, siendo conscientes de sus limitaciones, o, a veces, porque los ignorantes se encargan de pagar buenas charlas con coachs de la “new age” para que les otorguen la justificación de que todo lo que pasa al mundo es un problema de actitud, que sabiendo cómo funcionamos ya (salvar nuestra mente hasta la última expiración de nuestro aliento), nos centraremos más bien en la actitud del otro, claro está, especialmente, para infravalorar, amedrentar y marginar al primer grupo (los geni@s y luchador@s reales), grupo que suele aceptar con resignación.
No obstante, la utilización del relativismo o la falsa tolerancia para “justificar” nuestros deseos más hedonistas, egoístas o primarios cuando se convive en sociedad, no deberían ser válidos de ninguna de la maneras, porque cada una de las conductas, pensamientos que se proyectan en sociedad tienen que ver con cada uno de nosotros, y con estas conductas solo se pretende dominar y subyugar al resto a una ridícula y autoritaria filosofía “porqueyolovalguista” o sociópata, que nada tiene que ver ni con la propia supervivencia del individuo ni con la propia supervivencia del grupo social en el que uno se pueda sentir incluido, por lo menos, a largo plazo. Que uno pueda sacar mayor tajada del resto, es hasta concebible, de hecho sucede, está sucediendo y siempre ha sucedido y le solemos perdonar por su atraso. Pero que todas las personas pretendan hacer lo mismo, es un absurdo, es inconcebible para mantener un contrato social mínimo para nuestra propia supervivencia, pero hacia allá vamos. Veremos como nos adaptamos a un mundo construido para y por psicópatas.
Lo que se quiere decir es que, si bien cada persona es un mundo, que se ha construido por sus vivencias en el trascurso de su propia vida, que ha construido un castillo en continua remodelación para sobrevivir, es del todo un hecho. Como también es un hecho que somos capaces de percibir el dolor y el sufrimiento tanto entre nosotros, los humanos, y los demás seres vivos, justamente para poder sobrevivir. Sin embargo, paradójicamente, también es un hecho que intentamos reinventar y modificar el hecho primero (que somos animales sociales) a nuestro antojo, para evadirnos de la culpa, el remordimiento y el dolor cuando reconocemos cierta responsabilidad o reciprocidad social o con terceros, justamente, para que nuestra mente, que es donde solemos encontrar a nuestro yo o nuestra conciencia, sobreviva, o por lo menos, para que se mantenga medianamente sana mentalmente cuando, especialmente, “pasea” por el exterior y le estrecha la mano fuertemente a la culpa.
No obstante, una estructura de creencias ampliamente aceptada y legitimada por mayoría colectiva y vivida desde muy infantes, no debería impedir que surja el chispazo en cualquiera de nosotros, por ejemplo, en nuestras “Neuronas Espejos” o en el “Nervio Vago” (centros de la empatía e inteligencia social). Ese “chispazo” que surja de nuestra individualidad, de nuestra empatía y compasión, también innata, que nos haga revolvernos más allá de los muebles y de los castillos mentales (creencias) que hemos construido a partir del grupo al que creemos pertenecer, al que le hemos otorgado el poder de decisión bajo una «obediencia ciega a la autoridad», de lo sentido, pensado o de lo contado por otros para «simplemente» sobrevivir, sin tener que subyugar y dominar al resto con los que compartimos tiempo, espacio y, en definitiva, la vida.
Lo cierto es que no es fácil erradicar de un plumazo eso que nos ha permitido sobrevivir y adaptarnos, también construir nuestra identidad y ser aceptados en sociedad, quizás, por nuestra fuerte y sentida motivación de filiación, que contradice a nuestra lógica evitación de la culpa y del dolor, en la que impera la idea de ser abandonados sino aceptamos lo inhumanamente aceptable e intolerable para obtener recompensa fácil e inmediata.
Hoy, la mentira, es más atractiva que nunca. Quizás porque nunca hubo ni se mostraron públicamente tantas verdades, como hemos expuesto en anteriores títulos.
La mentira o la recomendación e instigación para auto-engañarnos, se difunde asociada a la pasión y/o la emoción, en un intento de ligarla a nuestra naturaleza más innata o biológica, rozando, muy de vez en cuando, a este respecto, ciertas verdades parciales atribuidas a nuestra propia naturaleza y emotividad. ¿Os suena este cantar?
De esta manera, al intentar separar la razón de la emotividad, desprecia y desprestigia a la razón y al conocimiento, como si fueran separables o se pudieran erradicar del ser humano o de la historia de lahumanidad, como si no fuéramos quienes somos gracias a estas mismas razones y emociones, utilizando discursos, para entendernos, de “buenrollismo”, emotivos o pasionales hasta el sangrado, como lo haría cualquier psicópata que se precie.
Como herramienta simbólica principal, el “amor”, concepto tan amplio y subjetivo que se puede acomodar o asentar fácilmente en cualquier empresa bélica que se intente emprender, en un intento jibarizado para explicar las relaciones de pareja, la amistad, la familia, la empresa, el trabajo o cualquier tipo de organización colectiva humana, hasta el amor a un simple objeto inerte como una piedra (el oro).
Y más allá del espectro simbólico que pudiera contener el concepto amor para las relaciones cualesquiera (incluidas las colectivas o hacia un grupo), estaría bien recordar que el amor mata tanto como el odio y la rabia, aunque sólo fuera utilizado de manera instrumental para justificar los actos más perversos, violentos y sádicos del ser humano. Hay infinidad de ejemplos presentes a este respecto, como la legitimación colectiva de la violencia machista, pero también los soldados (de izquierdas a derechas), que por amor a una “patria”, por ejemplo, y en una “obediencia ciega a la autoridad”, son capaces de enfundar un arma para asesinar a otro ser humano si fuese necesario sin saber o profundizar muy bien el por qué, sin saber muy bien si es el malo o el bueno de “la película”, sin saber my bien que es el mal o el bien.
Si bien el odio, la envidia y la rabia tienen la fuerza para recrearse en la violencia y la agresividad, la latencia de la violencia y la agresividad más vil y cruel la ostenta la propia expectativa de ser feliz a toda costa, de mantenerla si se consiguiera para hacerla infinita, sin ni siquiera prestar atención si ya se es feliz con lo que uno es y tiene, o en mayor profundidad y en expectativa, si será feliz con lo que uno será y tendrá.
“Quitadle lo que creéis que os pertenece al más odioso, envidioso, rabioso y al infeliz a vuestro parecer. Quizás siga encontrando odio, envidia y rabia e infelicidad. Es su “mundo real”, y en su mundo real, a vuestro parecer, y quizás para el propio infeliz, será feliz, porque encontrará la justificación que necesitaba, y vivirá en paz y feliz por fin, regodeándose de la hazaña perpetrada ante su grupo de infelices. Sin duda lo festejarán con su nuevo pobre, alegre, triste-feliz y victorioso líder.
Ahora quitadle lo que creéis que os pertenece al que se cree feliz, al que se cree que es feliz por derecho, por lo natural, por gen, por dios, por el cosmos, por especial o por decreto, y sólo encontraréis muerte, de uno u otro bando, o ambos dos, o, posiblemente, la muerte de todos, de los que creyeron y defendieron ser infelices y los que creyeron y defendieron ser felices.”
Dichas arengas positivistas, pasionales y con la bandera del “amor” por bandera, suele ser acompañadas con diseños estratégicamente calculados, con corazones, dibujos y litografías que nos atraen por su simpleza, quizás, por ser conocedores de esa necesidad INDISCUTIBLE del ser humano de amar y ser amados, de sentirnos arropados, queridos, de la seguridad que nos provee el grupo, aceptados e incluidos. En este sentido nuestra motivación innata de afiliación manda. Pero, ¿hasta qué punto no se ha elaborado una estrategia razonada y maquiavélica para emocionarnos y conseguir un objetivo que está completamente desligado de la supervivencia del grupo?.
Parece ser que la mentira de hoy navega en el aire que respiramos, en un mundo donde la mera imagen, la belleza modal y los sueños se entremezclan, que terminan rezando y arrumbando entre lo que parece natural, poesía o puro y duro maquiavelismo, entre charlas motivacionales extremadamente subjetivas, entre las verdades parciales y las grandes mentiras, pero donde no es necesario mostrar ningún tipo de certezas, hechos o pruebas.
> En esta sociedad no se nos provoca ni se socializa para tener un pensamiento crítico e individual, más bien al revés. El que ostenta cierto tipo de individualidad en sus disertaciones o pensamientos o sensibilidades es rechazado y marginado del grupo. Aunque siempre ha ocurrido así, el sistema socioeconómico que hemos inventado intenta evadir, de manera natural (por su propia naturaleza), por todos los medios, a que seamos curiosos, que filosofemos, meditemos, pensemos o reflexionemos, que para el ser humano es como al pájaro quitarle las alas para que pueda volar.
Más bien se exige, si realmente queremos ser felices (dictadura de la felicidad) que no pensemos, ni curioseemos, ni sintamos de verdad porque nos juzgarán y sentiremos dolor. El sistema enarbola y premia el individualismo, pero no a la individualidad, siendo términos totalmente contrapuestos.
Lo cierto es que hoy ya existe proclamas de moda en las que se nos recomienda que nos desinformemos, que dejemos de leer en los medios, que dejemos de pensar, que dejemos de explorar, investigar y de curiosear, de escuchar, comprender y empatizar con el otro, que dejemos de sentir y de ser animales sociales e inteligentes. En definitiva, porque eso es lo que nos duele, lo que nos está doliendo y nos impide ser felices, que somos seres emocionales, empáticos e inteligentes.
Se nos instiga a que demos rienda suelta al niño/a psicópata animal y salvaje que llevamos dentro, que desoigamos nuestra otra parte también innata y necesaria para sobrevivir, nuestro altruismo, compasión y entendimiento. Se nos alienta a que sólo desatemos nuestros deseos hedonistas, individualistas e inmaduros, deseos que, no casualmente, son tan impuestos y que han sido tan “bien” socializados y premiados que nos son imposibles de ver como no naturales. O bien, desde muy temprana edad, o en la interminable búsqueda de explicación de nuestro mal-hacer o nuestra intento por invisibilizar nuestra incompetencia en la edad adulta, mediante sobre-justificaciones efímeras que suelen acrecentar el problema y la bola de nieve.
Por ejemplo, refiriéndonos al segundo caso, buscamos explicaciones y justificaciones que sean legitimadas por un “coach” que nos digan lo que queremos oír, porque parece ser que si somos exculpados por un coach de la felicidad -como el cura del pueblo de antaño-, que casualmente, por poner un caso real, es arquitecto de profesión, no psicólogo o ninguna eminencia en psicología, nos podremos deshacer de nuestra culpa y nuestros traumas a corto plazo. La culpa, la que proviene de la empatía natural del ser humano, más allá de la moral y religiosidad, por ejemplo, del catolicismo, nos permite aprender, madurar y desarrollarnos, que aparte de evitar o causar malos tragos a las personas a las que supuestamente les tenemos afecto o con las que interactuamos y nos va la vida en ellas, incluso, para nuestra propia supervivencia, nos hace crecer como personas reflexivas, responsables, más atentas al presente y más libres de las interpretaciones subjetivas, y, sin duda, más autosuficientes y maduras.
En definitiva, se nos recomienda que dejemos de sentir por otros porque nos enfermaremos, y si enfermamos por otros por empatía, o por el mero hecho de ser juzgados por nuestras conductas poco empáticas, y además juzgadas por otros, serán que son personas tóxicas. Dicho método, según en la persona en la que recaiga, llora por sí mismo.
Dicha corriente de pensamiento es irresponsable hasta la crueldad más interesada, porque sin reflexión, sin información, sin pensamiento crítico, con la recomendada castración de dicha pseudo-sicología de ciertas emociones que tienen tan poco marketing, como la rabia, la ira, la desconfianza, el miedo, etc., se nos expone a pecho descubierto a los “vende humos de libro”, a los psicópatas, sociópatas, megalómanos, “coach de la new age”, “magufos”, sectas y demás alternativas, quizás, también, alternativas como la corriente psicológica citada.
Nos adentraremos más de lleno en la cuarta parte de este artículo.
Es cierto que la mentira, la manipulación de las masas, el maquiavelismo ideológico, el autoengaño y demás, siempre han existido, existen y seguirán existiendo. Sin embargo, lo que más ha atraído al mundo intelectual, humanista y científico de estos conceptos (la posverdad y la toxicidad actitudinal), es la capacidad que ostenta el ser humano, así como las sociedades en general –de manera colectiva-, para sortear, despreciar y desprestigiar las pruebas y lo hechos, y por consiguiente, el rechazo también del “grupo mínimo de valores colectivos humanos” de referencia; lo considerado filosóficamente y ético como lo justo (también siempre cambiante, deambulando entre lo objetivo y lo subjetivo).
Del mismo modo, la ciencia y “sus fans más religiosos”, tampoco han escapado de dicha tendencia, de dicha corriente de pensamiento, ya que sin llegar a comprender del todo las pruebas y los hechos de las ciencias que no han terminado de comprender, le dan el “sí quiero” rápidamente a cualesquiera de ellas, sólo por el hecho de nombrarse CIENCIA en mayúscula, y nombrar, muy de vez en cuando, ciertos intereses individuales o colectivos si es que los hubiera.
Quizás, lo que esté ocurriendo en esta modernidad líquida pudiera ser que exista un desprecio total de los valores colectivos (el “contrato social” más básico y primigenio), exaltando la supervivencia-hedonista individualista a favor de las corrientes de pensamiento neoliberales, con cierta naturalización y normalización de cierto tipo de conductas que solían ser despreciadas y renegadas de la gran mayoría de las sociedades en el pasado más reciente, como por ejemplo, cualquier tipología o descripción científita de delito o perfil de riminal o delito, como puede ser, entre otras, la corrupción, los delitos «de cuello balanco», los delitos contra el medio ambiente, o el asesinato legitimado (como la pena de muerte, por guerra o por conducta desviada o delictiva, que son de consideración subjetiva o cultural del delito).
Desde la Sociología criminalística en esta «modernidad líquida», que adopta el análisis descriptivo, ya se sabe que cualquier grupo con cierta ventaja social; hombres, blancos, clase media, europeos, clase media-alta, bellos y sanos, desprecieran a sus «competidores», intentando criminalizarlos por ser, por ejemplo, árabes, mujeres, gordas, viejas, ancianas, negras (chinas o asiáticas también), clase baja, feas (subjetivo) y enfermas. El siguiente nivel incluye sólo «hombre» para describir las mismas variables; jóvenes, ancianos, negros, árabes, con rasgos asiáticos, clase baja, feos, enfermos, problemas de adicciones o enfermos. En una sociedad dada, el estereotipo del crimen y el delito se le suele atribuir a este tipo de perfiles poblacionales, a priori, sin ningún tipo de determinación causa-efecto científico, sin embargo, solemos atribuir estos estereotipos de rasgos físicos, junto a sus atribuciones de exclusión social que les son propias o ajenas, con las personas con las que cohabitamos y convivimos, y los criminalizamos de antemano, con el peligro que contiene la «profecia autocumplida« .
Sin embargo, la criminología positivista (positivista en términos científicos), que adopta el paradigama etiológico (las causas del crimen), logran explicar a medias el delito, integrando los aspectos factoriales del delito intregrando factores biológicos, sociales y psicológicos. Quizás sea el más acertado si incluyen del dinamismo biográfico de los sujetos analizados (siempre que incluyan biografía del criminal y su desarrollo, y el contexto real en el que se hallan).
La gran mayoría de las veces, las conductas criminales que hacen daño y/o las injusticias que permanecen, son las conductas que se normalizan y se naturalizan, las que se convierten en verdad sólo por consenso social, por el hecho de ser compartidas por un grupo mínimo o mayor, a pesar de traspasar lo no ético y lo inmoral para nuestro grupo, porque suponemos, como creencia, que es lo innato, lo más pasional del ser humano, lo empático y compasivo exclusivamente para nuestro grupo (el nazismo).
Las normas construidas por la humanidad, las que nos hacen daño a todos, son las injusticias que se institucionalizan, las que cumplen sueños y ambiciones no sólo individuales, sino sueños colectivos desproporcionados, neuróticos o psicopáticos; los que apartan, infravaloran, invisibilizan, asesinan y eliminan, los que necesitan subordinar y esclavizar a otros con otros credos, apariencias, sexos u orientaciones, los que cosifican a personas y animales, las que persiguen una meta a toda costa y “caiga quien caiga”, las que se definen con “el fin justifica los medios”, sin necesidad de reflexión, crítica, duda o culpa.
Se elimina así, cualquier posibilidad de renovar, cada cierto tiempo, ese “contrato social”, si se quiere, inteligente, ético o humanista y ecológico, con cierta referencia a valores muy básicos y de partida en la que todos saldríamos ganando desde lo ético y social a lo económico. Hoy, la concepción del éxito social y económico, está demasiado cerca de lo que hasta ayer mismo considerábamos delito o crimen, o, por lo menos, conductas reprochables por el grupo mayoritario porque ha pervertido la esperanza de su propia supervivencia.
Es por todo ello que me ha despertado tanto interés analítico, reflexivo, de vigilancia y crítica sobre dicha corriente de pensamiento; la psicología positiva y de la toxicidad. Además, porque es expuesta, como adelantaba anteriormente, como algo “científico”, “emotivo” y “cariñoso”, asociada muy equivocadamente a la inteligencia emocional, llamada así injustamente por los horrores que lleva impreso en su contradicción. Lo veremos en los siguientes artículos.
May 01, 2018 0
Mar 03, 2018 0
Ene 14, 2018 0
Ene 27, 2016 0
Ene 14, 2018 0
Dic 17, 2015 0
Nov 28, 2015 0