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Jun 03, 2015 fenomenosocial Conductas, Sociología 0
>> LA FELICIDAD NO CONSISTE EN UN META SINO EN UN ESTADO, NO ES UN FIN, SINO UN MEDIO. NO SE PUEDE PRIVATIZAR PORQUE SUELE SURGIR EN UN FEED BACK CONTÍNUO DE MILES DE INTERRELACIONES SOCIALES DIARIAS. HOY YA ES UN HECHO CIENTÍFICO, LA FELICIDAD EMANA DE LA IGUALDAD, DE LA CONVIVENCIA COLECTIVA, DEL MISMO COLECTIVO QUE NOS AYUDA A SABER Y SER CONSCIENTES DE NUESTRA EXISTENCIA
➡ Alejandro Caballero |Febrero 2014|
<< Vivir para los demás no es solamente una ley de deber, sino también una ley de felicidad >> Auguste Comte (1798-1857) Filósofo francés.
Son tiempos difíciles, quizás todos los tiempos fueron difíciles; a veces para «unos», a veces para «otros», a veces para muchos y a veces para pocos. Sin duda hoy son tiempos difíciles para muchos, y es posible que para «los unos» y «los otros». Para los «otros» porque ya no llegan ni a principio de mes, y para «los unos» porque les ha venido de sorpresa tener que volver a replantearse, -una vez más- sus propios principios éticos y morales hacia el colectivo,»los otros».
Los «unos» siempre han dispuesto de una serie de «herramientas morales magico-simbólicas» que les ayudaba a mitigar esas sensaciones de angustia y desasosiego al ver a «los otros» sufrir o ser infelices. Al fin y al cabo, todos somos humanos, todos tenemos -en menor o mayor grado- capacidad empática para percibir el dolor ajeno e intentar darle solución: unos lo hacen a través de «la magia» (efecto placebo y la FE), otros «anestesiando» o poniendo parches (caridad), y otros intentando, sin conseguirlo, solucionar el problema de raíz -aunque en muchas ocasiones esté mal visto y sea políticamente incorrecto (cambios políticos, sociales, culturales y económicos)-. Sin embargo, al mismo tiempo, esas mismas «herramientas», la magia (Fe) y la anestesia (caridad), ayudaban a legitimar a que la rueda – esa misma que había originado sufrimiento e infelicidad -, siguiera girando sin necesidad de reflexiones aún más complejas, para así poder seguir siendo medianamente felices.
No obstante, la sociedad evoluciona, y dichas herramientas van quedando en desuso porque la sociedad se vuelve más compleja así como sus reflexiones y sus conocimientos, por lo que va perdiendo validez o descubriéndose que aquello que se consideraba una certeza objetiva – la existencia de Dioses invisibles que echaban una mano de vez en cuando- nunca fue tal certeza. Pero la rueda debió seguir girando, por lo que aparecieron otras nuevas herramientas con las que legitimar, aún estando en desacuerdo, las endémicas desigualdades sociales.
La rueda, por inercia, termina cediendo ciertos poderes a la gran clase media, porque en cierto modo, será un colectivo necesario para que la rueda siga girando, pero también porque estos mismos serán los máximos representantes críticos con los que estarán por debajo de ellos. Se convierten en «Dioses-individuos-libres», únicos creadores de su felicidad, en la que exponen que el que no lo es, a lo mejor, es porque no se lo ha ganado, o, simplemente, porque no quiere ser feliz, no quiere trabajar para obtener éxito, o no quieren ser competitivo. Y en esa terrible confusión, donde se eleva la evolución individual (más calculada y programada de lo que pensamos) por encima de la evolución colectiva, se produce el caos, la misma tristeza colectiva e individual y el desorden social del que intentábamos escapar.
Y es que ,en esa caótica búsqueda de la felicidad personal o individual, se generan resultados perversos, en los que se llega a confundir la autoestima -que no viene nada mal para andar por la vida con un mínimo de seguridad, de alegría de vivir, y de contrapeso a las angustias de la vida-, con la autocomplacencia. Esa satisfacción por los propios actos o por la propia condición o manera de ser, más cercana al narcicismo, la egolatría, etc, completamente carente de autocrítica y ganas de aprender. También se confunde la búsqueda de la felicidad con el puro hedonismo individual (búsqueda del placer constante, la supresión del dolor y de la huida de las angustias colectivas), la solidaridad con la caridad, la infelicidad con la enfermedad mental, el éxito con el crecimiento personal, y así hasta el infinito.
Y esto que parece nuevo, no lo es, ya lo decía Adam Smith (Filósofo y economista británico,1723-1790) y muchos le creyeron, algunos tantos como los de hoy en día; << El egoísmo individual converge hacia el interés general para conseguir la convivencia y los beneficios sociales>>. No obstante, el prestigioso Sociólogo Émile Durkheim (1858-1917) decía que las sociedades modernas mantienen la cohesión o la unión debido a la solidaridad orgánica, ésta es mediante la división social del trabajo donde las pasiones son reemplazadas por los intereses. Sin embargo, cuando comienza a analizar el funcionamiento de las sociedades complejas, (o modernas) se encuentra con ciertas incoherencias, entendiendo la anomia como una carencia de solidaridad social (solidaridad no entendida como caridad), dado que las relaciones con los órganos no están reglamentadas dado el desajuste originado por la permanente modernización y radicalidad del modelo,más el individualismo parcelario progresivo e infinito propio de las sociedades capitalistas. Particularmente Durkheim, encuentra en el contrato social un factor de anomia, ya que no garantiza el orden constante y a largo plazo. No se asegura la felicidad y el bienestar colectivo, más bien, todo lo contrario.
Como argumenta Eduardo Punset (Economista y periodista científico) en su libro «El viaje hacia la felicidad»;
Si se define la endosimbiosis como la colaboración y la interdependencia constructiva, se puede establecer un paralelismo entre los seres humanos y su organización social, recurriendo a la llamada teoría del juego. En la vida corriente, la gente suele pensar que el resultado obtenido es fruto del esfuerzo individual y, como mucho, de la suerte. Pero la historia de la evolución muestra que tanto nosotros como el resto de los animales estamos inmersos en un juego en el que, por más que nos empeñemos en lo contrario, el resultado está supeditado al comportamiento de los demás (del colectivo). El final del proceso no sólo depende de uno mismo, sino también de lo que haga el otro, y para «complicar» más las cosas, no se pueden controlar las decisiones del socio o adversario>>.(El viaje a la felicidad. Las nuevas claves científicas. Pág 94-95. Ediciones Destino 2005). Y en este juego social -en un continuo «dilema del prisionero»- se generan situaciones en las que en una obstinación absoluta para ganar al otro sin concesiones conduce al desastre para los dos y/o para todos»
En ese empeño por echarle la culpa a los individuos de ser generadores de sus desgracias o de sus propias infelicidades -para no tocar ni cambiar un ápice el nuevo desorden social y económico preponderante que reproduce las desigualdades sociales una y otra vez- se recurre a una infinidad de pseudociencias para seguir legitimándolas, para seguir siendo felices de «postureo», en la que suele sobresalir la idea de que, la infelicidad es un mero producto de una psicopatología genética o de una «carencia perceptiva relativista» que nos impide unirnos al carro del egoísmo individual. Por tanto nos olvidamos de solucionar colectivamente la propia anomía social, en la que existe una ruptura de las normas y valores sociales, una disociación entre los medios y los fines, una desigual distribución de los medios objetiva, una democracia sin educación pública de calidad y una justicia un tanto enrarecida, mientras invertimos demasiado tiempo en la mera esperanza, en la Fe, en la mejora de antidepresivos como el Prozac, Celexa, Zoloft o Lexapro…
Y es que el miedo y la «infelicidad objetiva», son el resultado de percepciones externas que se presentan objetivas, de realidades vividas de primera mano, de vivencias objetivas, y cuando se cumple esta afirmación, estas funcionan como activadores de la conducta y nos motivan para dar solución a los problemas con los que nos encontramos en el día a día, tanto los de cada uno como los de todos.
Saber lo que no nos gusta y lo que nos hace infelices, nos movilizan para alcanzar las metas y nuestros objetivos, así como, por ejemplo, alejarnos de un león que se relame al vernos pasar en mitad de la Jungla, llevándonos a cooperar con otros tantos individuos de «la tribu» para terminar con el miedo al León y lograr sobrevivir y ser felices en esa misma afiliación tribal.
Sin embargo, la felicidad artificial o el miedo irracional, se ha adueñado de las sociedades occidentales y modernas. Ese miedo aprendido, ha logrado que nos horrorizarnos al ver una simple cucaracha, pero al mismo tiempo, y a través de la «felicidad artificial», nos ha hecho comprar compulsivamente matacucarachas, sin sopesar los posibles costes futuros para nuestras propias carnes, de nuestros allegados y vecinos, y al extranjero al que creemos totalmente desconocido.
En esta sociedad lo único que se promente, es una felicidad artificial al alcance de casi todos y para casi todos, pero siempre a corto plazo, y, además, gratis o con un coste en metálico a precio de mercadillo, pero con un coste infinito para nuestro estado anímico futuro. Una felicidad más en tono de Fe que de hecho, como un mero placebo que nos inhibe de los golpes externos o que nos anestesia para no notar o saber quién o quienes nos está cortando con el bisturí (o tijeras) y en dónde.
Y de aquí surge una pregunta, ¿qué hubiera pasado si a Nelson Mandela, a María Teresa De Calculta, Martín Luther King, Mahatma Ghandi les hubiera dado por tomar Prozac para solucionar sus inquietudes?. ¿Qué hubiera sido de nuestro presente si a los franceses de entre 1789-1799 se hubieran limitado a tener Fe, esperanza y ser felices con lo que les tocaba aceptar?.¿Qué hubiera pasado si Rosa Parks (la «madre del Movimiento por los Derechos Civiles») no hubiera rehusado a levantarse de su asiento en un autobús público para dejárselo a un pasajero blanco en EEUU y se hubiera limitado a tomar lexapro?. Sin saberlo apostaron por la afiliación social responsable, equitativa y por la empatía, y esa misma afiliación y el contacto con la justicia social, ayudan a segregar serotonina, la hormona de la felicidad y el placer.
Debemos dejar de pensar que los que sufren es porque ya vienen sufridos de serie o porque padecen una psicopatología (sin causa evidente) que les impide ser felices. Si bien existe una predisposición genética que mejora o empora la regulación y segregación de la hormona de la felicidad (la Serotonina), también hoy conocemos que el cerebro humano es plástico, flexible y social en toda su magnitud. Y así lo reconoce el ex-profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de Siracusa en Nueva York, Thomas Szasz, entre otros;
…Dicha noción es la auténtica heredera de los mitos religiosos en general, y de las creencias en las brujas en particular. La función de estos sistemas de creencia fue actuar como tranquilizantes sociales, alentando la esperanza de adquirir dominio sobre ciertos problemas mediante operaciones mágico-simbólicas sustitutivas. El concepto de enfermedad mental sirve, pues, principalmente para ocultar el hecho diario de que la vida es, para la mayoría de la gente, una lucha continua, no por la supervivencia biológica, sino por encontrar «un lugar bajo el sol», por alcanzar «la paz del espíritu» o algún «otro sentido de valor simbólico…«
Con respecto «al valor simbólico que le pueda dar un individuo al sentido de la vida», son extráidas de las propias atribuciones que se prestan por derecho, por asociación o por derivación, al contruirse (simbólicamente o por derecho) las sociedades donde prima el bienestar general y la igualdad. No son asociaciones o atribuciones espúreas de los individuos que paden de infelicidad , sino regla y norma generalizada y legitimada por, supuestamente,todos los que cohabitan en dicho grupo o colectividad.
Entre las psicopatologías más extendidas en este sentido, la » indefensión aprendida», un tecnicismo que se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha «aprendido» a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas. No obstante, implícitamente, se está negando la posibilidad al sujeto de intentar cambiar el orden que le rodea, y la persona acaba asumiendo que la responsabilidad de esa situación es suya y nada puede hacer para cambiar el medio o el contexto y mejorar su situación, más allá de imaginar y creer, activando el efecto placebo, de conformarse y aceptar su dolor.
Como bien explicaba el psiquiatra Thomas Szasz;
La expresión enfermedad mental es una metáfora que equivocadamente hemos llegado a considerar un hecho real. Decimos que una persona está físicamente enferma cuando el funcionamiento de su organismo viola ciertas normas anatómicas y fisiológicas; análogamente, decimos que está mentalmente enferma cuando su conducta viola ciertas normas éticas, políticas y sociales (a pesar de que estas sean construcciones sociales interesadas). Por último, el mito de la enfermedad mental fomenta nuestra creencia en su corolario lógico: que la interacción social sería armoniosa y gratificante y serviría de base firme para una buena vida si no fuera por la influencia disruptiva de la enfermedad mental, o de la psicopatología o las conductas desviadas
No obstante, sucede justo lo contrario, el desorden social y su aprendizaje es la generadora (causa-efecto) de la mayoría de las psicopatologías, de las conductas desviadas, y la reproducción progresiva de ese propio desorden social.
Decía Tomas Szasz:
Creo en la posibilidad de la felicidad o bienestar humanos, no sólo para una selecta minoría, sino en una escala hasta ahora inimaginable, pero esto sólo se podrá logar si muchas personas, y no un puñado únicamente, de hacer frente con franqueza a sus conflictos éticos, personales y sociales. Esto implica tener el coraje y la integridad necesarias para dejar de librar batallas en falsos frentes y de encontrar soluciones para problemas vicarios>>.(El mito de la enfermedad mental, 1970).Por ejemplo, luchar contra la indefensión aprendida, regalar felicidad narcotizada como mero placebo (Prozac), en vez de enfrentarnos con un conflicto objetivo, aunque muchísimo más complejo, como lo puede ser el desorden socioeconómico preponderante y la injusta distribución de las riquezas del planeta, como la principal semilla de la infelicidad, de las desigualdades sociales y «la locura»…
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